lunes, 8 de diciembre de 2014

El gran tabú de la sexualidad de las personas con discapacidad


Especialistas, trabajadores sexuales y activistas buscan que la Argentina sea el primer país de la región en regular la asistencia y servicios sexuales a personas con discapacidad

Muy poco a poco, como sucedió con el pionero reconocimiento de los derechos de la comunidad homosexual o las personas transexuales hace sólo unos años, Argentina parece estar empezando a poner la sexualidad de las personas con discapacidad en el debate público.

Cuando Norberto Butler era un adolescente solía citarse clandestinamente con su novia en uno de los cuartos de la escuela de Buenos Aires donde estudiaba. Se veían allí para hacer lo mismo que muchos otros jóvenes de su edad.

"Forzábamos la puerta y entrábamos, porque no había un solo lugar donde disfrutar de la intimidad", dice.

Pero ahora, a sus 57 años, no está dispuesto a seguir viviendo su sexualidad a escondidas.

Butler, un bonaerense amante de la literatura, ha pasado la mayor parte de su vida en un hospital, incluso aquellos años de descubrimiento de su sexualidad a escondidas: desde que la epidemia del virus de la poliomielitis de finales de los 50 lo dejó en cama.

Después de años de lucha personal y social logró que la casa-hospital donde vive le diera una habitación individual: un primer paso, explica, para que las personas con discapacidad puedan explorar el placer.

"Conozco cientos de personas con discapacidad que no resuelven este tema (del sexo), que no tienen relaciones de ningún tipo", le cuenta a BBC Mundo.

"Yo conozco la mortificación que sufren muchos, y este tema es una prioridad absoluta, porque se siente en el cuerpo el escozor por no poder canalizar esto, tener sexo con una chica", dice.

Acompañante sexual

En el país, la sexualidad de las personas con discapacidad empieza -muy lentamente- a dejar de ser tabú y se convierte en objeto de debate en medios de comunicación y conferencias.

Recientemente, durante un encuentro en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, especialistas, trabajadoras sexuales y activistas plantearon la regulación de la figura de la "acompañante sexual", que de concretarse convertiría a Argentina en el primer país de América Latina en reconocer este trabajo.

"Se trata de una persona que, después de atravesar un proceso de capacitación, pueda acompañar a varones o mujeres con discapacidad, sexual, afectiva y eróticamente", le explica a BBC Mundo Silvina Peirano, profesora en discapacidad mental y social y creadora de Sex Assistent, un servicio de formación de asistentes sexuales, asesoramiento y acompañamiento que nació hace años en Barcelona.

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No se trata sólo de tener sexo con la persona que contrata el servicio. Las acompañantes también pueden asistir a parejas de discapacitados que quieren tener relaciones, por ejemplo acomodando sus cuerpos y facilitando el encuentro físico entre ellos o ayudándolos a colocarse un preservativo, por ejemplo.

"Nosotros no decimos que todas las personas con discapacidad deban tener una asistencia sexual, pero sí que puede ser una opción enriquecedora y válida para algunas", cuenta.

Se trata de un servicio pago con profesionales, aunque hay países donde la figura de la asistente sexual está regulada por el Estado y donde se considera como una terapia más, como ocurre en Suiza.

Reticentes

Quizás porque apenas se empieza a hablar en público sobre el tema en Argentina, todavía no ha habido críticas en voz alta al reconocimiento del acompañamiento sexual para discapacitados.

Pero en otros países la idea fue recibida con reticencia por quienes están en contra del trabajo sexual, en general, o por los grupos religiosos que promueven la abstinencia.

Incluso ha recibido algunas críticas por parte de los propios discapacitados.

Como Mik Scarlet, un reconocido autor británico que lleva años militando para romper el tabú de la sexualidad de los discapacitados en Reino Unido.

En una entrevista con el diario The Guardian a propósito del debate sobre la contratación de acompañantes, aseguraba hace un año que promover este tipo de servicios es "como si el mundo te dijera que las personas discapacitadas son tan poco atractivas que la única manera de tener sexo para ellas es pagando".

"No quiero un mundo donde sea más fácil para las personas discapacitadas visitar a trabajadores sexuales, quiero un mundo que vea a los discapacitados como seres sexuales y como parejas válidas", sostenía.

Norberto Butler también tiene sus reparos: "la asistencia sexual podría llenar este huequito", dice, para los discapacitados que no han podido desarrollar su sexualidad. Pero asegura que debería llegar acompañada de otras políticas de inserción laboral y social.

El objetivo, cuenta, es que "el disca" -como se refiere a él mismo, un apodo por "discapacitado"- tenga las mismas oportunidades y pueda conocer a una pareja en cualquier otro ámbito que no sea el del hospital o el de la acompañante.

"Seres asexuados"


La sexualidad de las personas con diversidad funcional no es algo de lo que se escuche debatir a menudo en Argentina.

"Pero es uno de los derechos no plasmados que nosotros no tenemos, por la presión de la Iglesia, por la presión de distintos factores", apunta Butler.

"Que haya personas que no puedan ejercer su sexualidad es una cuestión social", defiende Peirano.

Muchos parten de la idea "de que son seres dolientes o solitarios, donde en el peor de los casos se asume que no existe la sexualidad, o que su sexualidad es de segunda categoría", explica la especialista.

"Promuevan, ayuden a un discapacitado a que consiga un trabajo que le permita relacionarse", reclama Butler desde la cama de su habitación.

"Pero no traten de intervenir para mal en la sexualidad de un pibe" negándole una salida para visitar a una pareja o a una acompañante.

jueves, 12 de junio de 2014

Escocia: una pareja de discapacitados gays gana una demanda a un bar que les negó la entrada

Fuente: dosmanzanas.com

El matrimonio formado por Nathan y Robert Gale ha ganado una demanda contra el bar de ambiente The Polo Lounge de Glasgow, la ciudad más poblada de Escocia, por discriminación basada en la discapacidad. A la pareja le fue denegada la entrada al local con la excusa de que no es accesible en silla de ruedas.

Los hechos ocurrieron hace ahora un año. Nathan y Robert Gale, que acababan de ganar un premio de la organización Equality Network derechos LGTBI, quisieron celebrarlo en uno de los principales locales de ambiente de Glasgow. Al llegar allí, los encargados les explicaron que el establecimiento no estaba equipado para el acceso en silla de ruedas, por lo que les negaron la entrada. Robert, que padece parálisis cerebral, explicó que podían simplemente alzar la silla para superar los escalones del acceso, pero la seguridad les siguió prohibiendo entrar al local.

El afectado incluso descendió de su silla y subió los escalones tirando de su propio cuerpo. Cuando Nathan Gale, que padece artritis y no puede estar de pie durante largos periodos de tiempo, pidió sentarse junto a su pareja que había quedado arriba en el suelo sin poder levantarse, los encargados de seguridad lo alejaron del local. El gerente de The Polo Lounge avisó a la policía porque, en su opinión, las víctimas de la discriminación se estaban volviendo “agitadas y violentas”.

La pareja desistió finalmente de entrar en el local pero difundió su historia, que se encontró con una avalancha de mensajes de apoyo en las redes sociales. Además llevaron al propietario del local ante la justicia por discriminación. Un año después, los tribunales les han dado la razón y han condenado a la empresa a pagarles una indemnización de 2.000 libras (unos 2.480 euros). El matrimonio se ha felicitado por la resolución favorable, que “manda un mensaje claro a los negocios en Escocia de que la discriminación por discapacidad es ilegal y no será tolerada, igual que no aceptaríamos la discriminación basada en la raza o la sexualidad”.

Un caso que aunque haya ocurrido en Escocia nos debería hacer reflexionar sobre las discriminaciones internas del colectivo LGTBI. En esta ocación se trata de la discapacidad, pero existen situaciones en las que pueden entrar en juego factores como la edad, el aspecto físico, la transfobia, la “plumofobia”, la raza, la nacionalidad o la posición socioeconómica.
por su contribución a los

viernes, 25 de abril de 2014

Amor con barreras

Fuente: pagina12.com.ar    Por Dolores Curia

Se suele considerar a las personas con diversidades funcionales como asexuados o hipersexuados, y en nombre de esto se avasallan derechos e intimidades. A su vez, en este panorama la diversidad sexual es un tema doblemente tabú. Por estos días se desarrollan unas jornadas para concientizar sobre las limitaciones de esta perspectiva y ofrecer herramientas para un cambio. Aquí, el punto de vista de personas que cuentan con una discapacidad y también con una voluntad de ampliar los horizontes.

Orgullo Sordo

Mariana Reuter tiene 42 años. Es sorda y lesbiana, en ese orden: “Lo primero que digo cuando me presento es ‘Soy Sorda’ (por si se piensan que, por la manera en que hablo, soy extranjera). Mi identidad más fuerte es ser Sorda. Así, con mayúscula lo escribimos. Y luego viene la de lesbiana. Como comunidad tenemos algo similar a la comunidad lgbt, que es un gran orgullo, una cultura propia, una lengua, todo eso se puede resumir en lo que llamamos Poder Sordo”. Mariana estudia dos carreras (una Tecnicatura en Ecología y está terminando una Tecnicatura en Consultoría Psicológica) y tiene dos trabajos (en una fundación para personas Sordas y como acompañante terapéutica). Su día empieza muy temprano, y es tan largo que casi no le queda margen para pasar tiempo con su compañera, que está empezando a conocer. Si no hay tiempo, se lo inventa: al amor y al sexo no los negocia. Son frecuentes las historias en que el closet de las personas con discapacidad viene con doble refuerzo. En su caso la salida fue en el ‘97 dentro un grupo de teatro. Con su familia pudo hacerlo recién en 2003. “Fui saliendo por tandas. Y todavía hay personas que no saben. Como los Sordos somos una minoría y nos conocemos todos, entonces se cuchichea: ‘ésa es lesbiana, aquélla es bisexual’. Cuando empecé a decir que era lesbiana, en el grupo de teatro me alentaron a que me abriera también por fuera de ahí. Era gracioso, porque mi novia de ese momento, que era oyente, me llamaba por teléfono (no había celular todavía) y yo, que vivía con mis padres, necesitaba que alguien de mi familia colaborara con nuestra comunicación. Para ese entonces en casa no estaba blanqueado quién era ella. Cuando yo quería llamarla tenía que pedir a mi mamá o a mi hermana y que me ayudaran a concretar la cita con ‘mi amiga’.”

Un diálogo de Sordos es un diálogo

En 2008 Argentina ratificó la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de las Naciones Unidas, aprobada en 2006. Esta incluye el derecho a casarse, planificar la maternidad y la paternidad, tener la custodia, tutela, guardia y adopción de niños, manejar bienes, trabajar sin discriminación, el derecho a información sobre anticoncepción y el derecho a mantener su fertilidad. “En lo que respecta a discapacidad, en estos años se ha avanzado aunque no lo suficiente. La Convención habla de discapacidad no sólo como déficit sino asociada a barreras. Eso es muy importante. El artículo 23 (que habla de educación sexual y planificación familiar) va contra el miedo de la sociedad a que la discapacidad ‘se contagie’”, dice Mariana.

¿En qué cosas falta profundizar?

–Falta que se empiece a relacionar más intensamente sexualidad y discapacidad. El nuestro es, para mucha gente, un cuerpo que no da placer. Paradójicamente, las mujeres Sordas suelen ser víctimas de redes de trata porque tienen una discapacidad que no se ve. Como pasa siempre, las leyes pueden ir a cierta velocidad, pero la cabeza de la gente no necesariamente las sigue. Eso se ve en lo cotidiano. Yo conviví 5 años con una novia oyente. Ella se tuvo que acostumbrar a que dentro del departamento no podía hablarme desde la cocina si yo estaba en otro ambiente. Las personas oyentes están acostumbradas a hablar por teléfono de un modo excesivo. Quería llamarme y obviamente no podíamos comunicarnos así, sin intermediario. Ella se adaptó a mis amigos Sordos, y yo a sus amigos oyentes. Si íbamos a un boliche, solía y suele ser un problema la oscuridad: ahí no puedo leer los labios. Como la gente se cree que las personas con discapacidad somos asexuados, nadie se preocupa por la accesibilidad de los boliches, los bares, los telos. ¿Cómo hace una pareja Sorda para comunicarse con el de la ventanilla del telo, pedir una habitación, pagar? Hay cosas que realmente nunca han sido pensadas. Se garantiza el acceso, rampas, etc., a ciertos lugares como un hospital, pero no a los espacios culturales y de diversión.

seguir leyendo... ¿Cómo es visto tu lesbianismo dentro de la comunidad Sorda?

–Uso todo lo que puedo la palabra lesbiana. Parece un mal chiste, pero todavía hace falta explicar que entre las personas con discapacidad hay muchxs gays, héteros, trans, y que tenemos deseos sexuales tan intensos como cualquiera. En un momento con un grupo de amigos formamos la Asociación de Sordos Homosexuales de Argentina (decíamos “homosexuales” porque era 2003 y todavía no se hablaba de LGBT) pero tuvo corta vida. Muchas veces las personas con discapacidad no expresan su orientación sexual dentro de la familia, la escuela, grupos sociales. Se potencia con la falta de comunicación. En el caso de las personas Sordas, algunxs no tienen acceso al español y sólo se desenvuelven con lengua de señas. Es difícil para un Sordo o sorda decir: “Mamá, papá, soy gay/lesbiana”. Dentro de la comunidad Sorda hay poca información sobre sexualidades diversas. Pero en los ámbitos lgbt (marchas, congresos) también se habla poco de nosotrxs y difícilmente haya intérpretes de lengua de señas. ¡Y todo lo que falta trabajar con los padres!

¿Por qué con los padres?

–A veces los padres toman decisiones sobre nosotros. Nos acompañan al médico y los hijos no entienden lo que él dice. El padre o la madre recibe la información y se la filtra. Nosotros decimos “me lo pasó corto”. En vez de explicar para qué es el análisis simplemente te hacen hacértelo. Debería haber intérpretes en los hospitales. En el artículo 22 se habla del derecho a la privacidad, por ejemplo, para tener relaciones y manejar el propio dinero. Tengo derecho a saber qué son esas pastillas que me están dando. Poder decidir incluso si seguir adelante con un embarazo o no. Muchas veces las mujeres con discapacidad tienen a sus hijos y se los sacan.

El sexo de los ángeles

Entrevista a Silvina Peirano y Víctor Pagano

Los diferentes colectivos de personas con discapacidad siguen muy a un costado en materia de avances legislativos y también invisibilizados por una corrección política que carga a mucha gente diversa en la bolsa única de las capacidades especiales, lo que para Silvina Peirano (creadora del blog Mitología de la Sexualidad Espacial, profesora de Educación especial y orientadora sexual en diversidad funcional) suena a frase de señalador: “Si te digo ‘vos para mí sos muy especial’, es una cosa, pero si te digo que ‘sos una chica especial’, te estoy diciendo otras cosas: todo lo tuyo es especial como sinónimo de anormal. Si tenés sexo, tenés sexo especial. Si desarrollaste una profesión exitosa, tu caso es conmovedor. ‘Especiales’ suena más cariñoso. Es una forma de nombrar aquello que nos es tan duro que es la falta. Hay que atreverse a nombrar. La ‘discapacidad’ minusvaliza pero no es en sí misma ni buena ni mala. Habría que discutir si es o no un rasgo de identidad”.

El gran mito es pensar en las personas con discapacidad como colectivo totalizador, como combo. Lo resumen muy bien las puertas de los espacios públicos: está el baño de hombres, el de mujeres y el baño de la silla. Como muestra basta la voz de Valeria Paván, coordinadora del área de salud de la CHA: “Nos preguntamos cómo es posible que en estos 30 años no existan en nuestros registros casos de personas que se hayan acercado a la organización para consultas relacionadas con discapacidad y sexualidad, y discapacidad y salud. Esto habla de una gran invisibilidad”.

Parecería que a las personas con discapacidad sólo se les puede atribuir fragilidad y que oscilan entre dos polos: son asexuales, niñxs prefreudianxs sin sexo, como los ángeles, o hipersexualidadxs fuera de control. La sílaba dis y la infantilización vienen unidas. Las sexualidades de las personas con discapacidad, cuando se las reconocen, son improductivas, dependientes, y ellxs son no atractivos, ingenuos, vengativos, rencorosos. Los plus de la diferencia quedan escondidos detrás de la merma. “Como sociedad construimos seres discapacitados, con una condición de discapacidad que a todos nos viene bien. Siempre es el otro el que tiene una sexualidad incorrecta”, explica Víctor Pagano (profesor de Filosofía de la UBA e integrante de Antroposex): “Estamos muy influidos por la idea de que si no hay un pene erecto no hay sexualidad. Eso coloca al que hace la diferencia en el lugar de la normalidad. Siempre que se habla de educación sexual para la discapacidad se hace como si hubiera una sexualidad para aprender, que la persona debe desarrollar. Hasta no hace mucho la sexualidad en las personas con discapacidad no era un problema porque tampoco era un tema.” Quienes trabajan con estos temas siempre son héroes: “Si te casaste con alguien con discapacidad, sos muy sacrificado. Si sos docente con discapacidad, sos una buena persona, más esforzada que todos los demás, un héroe que lucha contra la adversidad”, agrega Silvia Peirano.

La eterna rehabilitación

El sexo parece un premio sólo para quienes alcanzan logros en una rehabilitación. Continúa Peirano: “La contracara de esto es entender a la persona con discapacidad como ser sexual desde el principio. La política sexual es repartir los permisos para el goce como un premio al buen ciudadano. ‘Demostraste responsabilidad y un esfuerzo para parecerte a todos los demás, bueno, ahora te permitimos disfrutar.’ De esta experiencia pueden dar cátedra las personas lgbt”. Peirano advierte que el modelo rehabilitador ya está presente en preguntas por parte de conductores de radio y televisión: ¿los discapacitados tienen sexualidad?, ¿qué consejos les darías a los padres? Silvina siempre contesta: “No queremos dar consejos. Pero si tuviera que hacerlo, les diría a los/las padres que primero laburen con su propia sexualidad, no tiene sentido que quieran enseñar algo de lo que carecen”.

Perspectivas y polémicas
¿Cuáles son los nuevos modelos desde donde pensar la discapacidad?


–El modelo social sostiene que los impedimentos no están dados por la deficiencia, sino que ponen el eje en las condiciones sociales. Alguien puede querer ir a la escuela pero si ésta no está preparada para recibirlo, aquello por lo que uno no puede ejecutar lo que desea es más una cuestión social que una discapacidad propia. El modelo social nace en Gran Bretaña y está cruzado por el Estado de Bienestar. Se contrapone al modelo rehabilitador que dice que, si una persona tiene una discapacidad, se tiene que esforzar para curarse. Tiene que ver con el capitalismo, con lo que sos capaz de producir y también con la representación del gay como un invertido: una persona no podía tener un deseo sexual por otro si no era invertido en todo. En la discapacidad todo (la sexualidad, los proyectos, los gustos) se define desde el hecho de que es un "minusválido".

¿De qué se trata la asistencia sexual?


–La idea es que las personas cuenten con una opción que les permita acceder al ejercicio de su sexualidad. Puede ser un asistente sexual que tiene un encuentro con el discapacitado o una persona que actúa como facilitador del encuentro sexual entre dos personas con discapacidad. Trae muchas discusiones: la idea de la utilización de cosificación del asistente, el devotismo y el abuso. Nosotros pensamos que no por reivindicar los derechos sexuales de uno vamos a vulnerar los de otros. Queremos alejarnos de los modelos de dependencia y que todos puedan convenir qué pasa en el encuentro sexual consensuado. La sexualidad de las personas con discapacidad a veces requiere de aprendizajes específicos porque son prácticas que estadísticamente no son comunes. En los países en los que se hace (Suiza y Dinamarca) el asistente debe ir a cursos de perspectiva en género, DD.HH. y Diversidad Funcional/discapacidad. Hay una diferencia entre una persona formada en estos cursos y una mujer vulnerable que cae en las redes de prostitución. Hay muchas formas de implementarlo, desde las masturbadoras japonesas hasta otras propuestas en las que sólo hay caricias, besos y masajes.

¿Conceptos como “orgullo” e “identidad” deberían formar parte del lenguaje relacionado con la discapacidad?


–Eso esperamos. Las personas lgbt fueron las que primero se apropiaron del estigma. Butler habla de esto: lo abyecto que se reapropia y se devuelve en forma de lucha y proclama. Recién ahora los colectivos de la discapacidad/diversidad funcional están empezando a tomar visibilidad política y el orgullo de pertenecer a una identidad con sus diferencias. Al haber encerrado en una misma denominación a un colectivo tan heterogéneo, es difícil hablar y decir algo para todos, más allá del derecho al goce y desarrollo de la propia sexualidad, como cada uno desee ejercerla. Si la discapacidad es o no un rasgo identitario es un debate en curso. La experiencia de las luchas lgbt pronto va a empezar a enriquecer a otros colectivos.

Jornadas Sexualidades con Perspectiva en Diversidad Funcional-Discapacidad
Organizan: Silvina Peirano y María Elena Villa Abrille.
Martes 8 de mayo, Edificio Anexo a la Cámara de Diputados Dr. Juan Carlos Pugliese, Riobamba 25, segundo piso.
Inscripciones e informes:
[email protected]

viernes, 2 de agosto de 2013

Emiliano Messina: “No estoy en la tele por mi discapacidad”

Fuente: exitoina.perfil.com

Emiliano Messina
(@emi_messina), ex participante de “Soñando por Bailar”, asegura que los productores lo discriminan porque le falta un brazo.

“Me dicen que mi imagen no es televisiva”, confiesa en charla con la revista Semanario.

Emi, que conduce La Chismosa todos los sábados a las 13 por radioypunto.com, cuenta que se presentó al casting para el “Soñando…” sabiendo que iba a quedar seleccionado.

“Me presenté sabiendo que iba a quedar. Más allá de que bailo, sabía que iba a quedar. Sabía perfectamente que iban a usar mi imagen, el morbo, y me promocionaron como el participante que iba a dar que hablar. Eso sí, les aclaré de entrada que yo no me hacía la víctima, que si ellos querían que diera lástima no me contrataran“, indica.

El también diseñador y periodista explica que, una vez terminado el certamen, nunca lo volvieron a llamar de Ideas del Sur. “Hubo rumores de que iba a estar en el ‘Bailando’ dos veces y nunca pasó nada. El año pasado, que supuestamente era el ‘Bailando’ de la inclusión, entró Reynaldo (el chico al que le faltaba una pierna), y Ayelén, que tenía síndrome de Down, pero a mí no me llamaron“, relata.

El joven siente que la tele le debe una oportunidad. “La mayoría de los productores me dicen: ‘Bailás, tenés lengua, podés hablar y opinar, pero no sos televisivo por tu imagen’. ¿Sabés cómo me gustaría estar en un panel como el de ‘Bendita’, por ejemplo? Sé que puedo hacerlo, pero hay un tema de imagen que la tele rechaza, y los productores excluyen. No me dan laburo por mi discapacidad“, denuncia.

La gente lo reconoce justamente por la discapacidad que los productores de televisión no quieren ver. “La gente en la calle me besa el brazo”, dice, entre risas, y cuenta que le escribió una carta a la presidenta Cristina Fernández.

“Hay políticos que ayudan y me consta. Yo le mandé personalmente una carta a Cristina Kirchner y me respondió. Le conté mi situación y le pregunté por qué no había inclusión en los medios, salvo en la TV Pública. La presidenta me respondió que se está ocupando“, asegura.

Qué te resulta mas difícil ¿Ser gay o no tener un brazo?
–La discapacidad, indudablemente. Con el tema gay la cosa está mas abierta, la gente te limita con la mirada en la calle. Se dan vuelta si te falta un brazo y no si vas de la mano con otro hombre.

–¿Estás solo?
–Sí. El hombre que quiera estar conmigo tiene que saber que va a estar muy expuesto.

@FernandoPRENSA

viernes, 28 de junio de 2013

José Manuel tiene síndrome de Down, es homosexual… y ha dado la vuelta a la historia

andalucesdiario.es   Fali Durán / Huelva/ 28 jun 2013

José Manuel
, voluntario de la Fundación Triángulo Andalucía, es el protagonista de un vídeo contra la homofobia y por la Educación igualitaria, por unas aulas libres de homofobia, lema de la edición de 2013 del Día Internacional del Orgullo LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales)



“Hay alguna gente que me insulta por la calle, sobre todo chicos jóvenes. Me llaman maricón o gay, otros me dicen guapo y otros me dicen palabras hirientes que es mejor no recordar porque me hacen mucho daño. Eso es homofobia”. Así comienza el alegato de José Manuel, un joven de 24 años de Aracena, un pueblo de 8.000 habitantes en el corazón de la sierra onubense, un pueblo donde no tiene amigos. Es gay. Es síndrome de Down. Sin embargo, su doble condición de minoría no le mantiene escondido en casa, todo lo contrario. Su participación activa en el vídeo de este año de la Fundación Triángulo y su presencia en la manifestación por las calles de Huelva demuestran su valentía. “El mensaje que quiero transmitir es que necesitamos voluntarios que salgan a la calle porque tenemos poca visibilidad”, dice José Manuel.

seguir leyendo... Él no vive en ningún armario, ni en el de la discapacidad ni en el de la homosexualidad. “Es una persona muy activa”, reconoce Andrés Vega, responsable del Área de Juventud de la Fundación Triángulo. “Y además es más capaz que yo para muchas cosas, por ejemplo, para clasificar material. Lo hace en la mitad de tiempo”. Y como dice Vega, la “discapacidad es relativa”. “Soy voluntario, porque no sólo estoy yo. Hay muchas víctimas de la homofobia en los institutos, en los colegios. Los maestros deben recordar que tenemos derechos”, así de claro defiende a sus amigos, la gente en la que se refugia cuando se siente mal, otros voluntarios de la Fundación Triángulo o de Colega, “aunque en Colega ya no, porque la falta de recursos económicos no nos deja hacer más cosas”.

La militancia activa de José Manuel comenzó en casa. “Mi madre lo aceptó de momento”. Su madre, como la de muchos homosexuales es su madre y su confidente. “Todo se lo digo a mi madre, más que a mi padre”, confiesa mientras se le escapa unas risas. “Está orgullosa de que haya sido capaz de plantarle cara a quienes me insultan, y más en mi pueblo”. José Manuel reúne todas las condiciones para ser discriminado: discapacidad, homosexualidad y vivir en un pueblo de interior. Y sin embargo, ha conseguido darle la vuelta a la historia.

PROTAGONITAS Y GUIONISTA DEL VÍDEO


Una prueba clara de la soltura de José Manuel es que no sólo es el protagonista del vídeo que sirve para combatir la homofobia, es además su guionista. “Le propusimos hacer el vídeo y aceptó rápidamente. Así que vino con unas ideas escritas y las leyó delante de la cámara”, explica Andrés Vega. Son cuatro minutos de sus experiencias de vida, de las cosas que ve y vive en un viaje cualquiera a Huelva. “Me gustó mucho la idea. He vivido muchas situaciones de homofobia, no sólo en mi persona, sino junto a otras personas”, dice José Manuel mientras nos atiende pacientemente en una entrevista rápida, porque no tiene tiempo hasta el fin de semana.

El vídeo de José Manuel y la Fundación Triángulo forma parte de las acciones para conmemorar el Día Internacional del Orgullo LGTB (28 de junio), mucho más allá de la cabalgata de color y la izada de banderas multicolor en edificios oficiales. Acto que por primera vez en Huelva, cambiará este viernes el balcón de la Diputación Provincial por el del Ayuntamiento de la capital, gracias a una iniciativa de Izquierda Unida (IU).

Una vez despejado el temor a la suspensión de la ley del matrimonio y adopción entre personas del mismo sexo, la lucha se aleja un poco de los despachos políticos y regresa a la calle. “Hemos hecho un gran estudio a nivel andaluz sobre la homosexualidad en las aulas. Y hemos entrevistado a más de 800 chavales en Huelva”, comenta el responsable del Área de Juventud de Triángulo. El dato más importante extraído es que “casi el 80% de los alumnos de Huelva no tendría problemas en tener un compañero homosexual. El porcentaje baja un poco cuando se trata de que fuera su compañero de pupitre, pero aún así es un dato muy positivo, teniendo en cuenta que no sólo hemos entrevistado a jóvenes de la capital, sino también de pueblos muy pequeños”.


HOMOSEXUALIDAD EN EL ÁMBITO RURAL

Y es en los pueblos pequeños donde la homofobia persiste
. “En mi pueblo no tengo amigos, porque soy gay. Mis amigos están en las asociaciones de Huelva en las que soy voluntario”, confiesa José Manuel.

En el otro lado de la balanza, en el negativo, está ese “1,8% de alumnos que han sido agredidos por razones de orientación sexual o afectiva”, destacan desde Triángulo. “Si lo extrapolamos a la sociedad, en la que según algunos estudios los LGTB somos el 10% de la población, estaríamos hablando de un 18% de personas que han podido sufrir algún tipo de agresión. Ese es un dato muy preocupante”, añade Vega.

Minimizar ese dato, el de la homofobia, es uno de los retos que se marca Triángulo, junto a la aprobación en el Parlamento Andaluz de la Ley Integral de Transexualidad. “Tenemos la ventaja de que en Andalucía contamos con el respaldo histórico de PSOE e IU, muy receptivos a estas sensibilidades. Tenemos la obligación y la responsabilidad de que esta ley salga adelante en Andalucía y seamos un referente para el resto de España. Si no lo conseguimos aquí…”, defiende Andrés Vega.

lunes, 3 de diciembre de 2012

"El sexo de los ángeles" (2004)

Con motivo del Día Internacional de las Personas con Discapacidad y para no caer en el olvido, se recomienda la visualización de esta película documental sobre gays y lesbianas con discapacidad o diversidad funcional:

'El sexo de los ángeles' que trata sobre personas con discapacidad y homosexualidad. El documental, dirigido por Frank Toro y realizada por KINELOGY PRODUCCIONES AUDIOVISUALES , cuenta el testimonio de 6 personas discriminadas por su condición.

SINOPSIS

Atrapados en un laberinto de barreras físicas y mentales, ignorados socialmente, superar cualquiera de los retos que plantea la vida cotidiana resulta mucho más difícil desde una silla de ruedas, desde el silencio de la sordera o desde cualquier otra dificultad física. Considerados durante mucho tiempo seres asexuados, la aceptación y desarrollo de la sexualidad, en especial de la homosexualidad, resulta mucho más compleja para las personas con discapacidad.

El documental con subtítulos incluidos para personas sordas o con discapacidad auditiva:



Vídeos disponibles sin subtítulos en internet:
Primera parte http://www.youtube.com/watch?v=Uj172Q7R368,
segunda, tercera, cuarta, quinta, sexta, séptima, octava, novena, décima, y última parte

NOTA: Más información aquí , la entrevista a Frank Toro y en KINELOGY

miércoles, 8 de junio de 2011

Drama doble en casa: paro y enfermedad

Viernes, 4 de marzo del 2011
elperiodico.com

J. Murillo / J. Scheire - (Gavà)

Somos una pareja homosexual de dos chicas, y llevamos tres años viviendo juntas. Una de las dos está en el paro, y la otra se encuentra enferma y no puede trabajar aunque quisiera, ya que está a la espera de que le concedan una incapacidad por su enfermedad, que es fibromialgia. En el 2008 tuvo un accidente con al moto, a consecuencia del cual perdió una rótula y puede caminar gracias a los tendones; no tiene prótesis. La pierna le falla mucho, pero no sabemos todavía cuándo será citada para el juicio y cuándo le concederán esa discapacidad, ni de qué porcentaje. Llevamos dos años visitando a los servicios sociales del Ayuntamiento de Gavà, explicándoles nuestra situación económica y solicitándoles ayuda.

seguir leyendo... Nos han estado pidiendo papeles y mareándonos durante mucho tiempo, y el trato recibido no es que haya sido muy bueno. Nos llegaron a decir que por ser una pareja lesbiana es muy difícil que nos puedan echar una mano, que sería mejor que le diéramos una patada a la puerta de un piso vacío y nos metiéramos dentro, como okupas, porque no nos pueden ayudar. Al final, siempre la misma canción: ¿Ya os llamaremos¿. Hemos pasado seis meses esperando una subvención o algo, y nada. Nos sentimos discriminadas por nuestra condición sexual. ¿Por qué nos tratan tan mal? Nuestra situación actual es bastante crítica porque el 29 de marzo próximo, a las diez de la mañana, nos enfrentamos a un desahucio y no tenemos a dónde ir. Hemos vuelto al ayuntamiento para explicar el caso, pero nos contestan que el ayuntamiento no tiene pisos sociales, de protección, y que no veamos fantasmas donde no los hay. Tenemos la impresión de que nos tratan de locas. No sabemos qué hacer ni cómo viviremos si se ejecuta el desahucio, aunque lo que tengo claro es que el alcalde no nos quiere atender. Lo único que pedimos es un poco de atención, no que nos regalen nada.

Fuente:http://www.elperiodico.com/es/cartas/lectores/20110304/drama-doble-casa-paro-enfermedad/16158.shtml

miércoles, 25 de mayo de 2011

Disabled, gay, and as normal as you

Published: Sunday, Jan 30, 2011, 1:10 IST

By Uttarika Kumaran Place: Mumbai Agency: dnaindia.com
On Saturday, at the Queer Azadi March in Mumbai, thousands from the Indian LGBT (lesbian, gay, bisexual and transgender) community poured onto the streets to show the city once again — lest it forgets — that they exist. But 37-year-old Dinesh Gupta opted out. “I doubt I’d have been able to walk that far or for that long,” he says.

Dinesh was born with a genetic disorder called osteogensis imperfecta, which causes bones to break easily, often with little or no apparent cause. His first fracture was when he was two-months old, and by the time he was 13 Dinesh had suffered 14 fractures on various bones below his waist. One of these fractures left him disabled. But once he reached puberty and his bones matured, the fractures stopped.

Only, something else happened. Dinesh began to feel a distinct attraction towards men and realised he was gay. “The same hormonal changes that halted the fractures also aided my sexual development. In a way, I’ve always felt I am alive because I’m gay.”

seguir leyendo... Shared historyHistorically, both the gay and the disability rights movements have stemmed from a common resistance to what is considered ‘normal’ in society. By challenging the acceptance of heterosexuality as the norm, people with alternate sexualities often claim to be ‘socially disabled’. Disability rights activists too have struggled to overturn barriers that give preference to a particular social construction of the body.

At times, the two movements have crossed paths. In 1983 in Minnesota, US, Karen Thompson began an eight-year-long battle to gain access to her live-in partner Sharon Kowalski who was disabled after a car accident and remanded to the guardianship of her parents who denied Thompson visitation rights. With support from the gay and disabled communities, Thompson finally acquired legal guardianship of her partner in 1991.

In India, the concerns of the gay and disabled movements have been independent of each other. Popular culture too has seen very few and narrowly explored meeting points. In 1964, the Hindi film Dosti, directed by Satyen Bose, portrayed the friendship between two boys rejected by society — one blind and the other a cripple, and has since been appropriated in queer readings of Hindi cinema as a metaphor for homosexual repression, but nothing more.

It was another Hindi film in 2008, Dostana that threw homosexuality into the limelight and convinced Dinesh to come out. The media lapped up his story, but neglected to ask a crucial question — does being disabled colour his experience as a gay man?

Bare truthsBeing practically bed-ridden while growing up, it took years before Dinesh could confront his sexuality. Studying at home, he completed his graduation and later underwent a surgery that greatly improved his mobility. It was at 26, when he started to venture outdoors on his own that he began to meet men and slowly gain confidence.

Despite the relative openness regarding alternative sexual behaviour in Indian society after the 2009 High Court ruling, there has been a stony silence about sexual practices among the physically disabled. In a society where beauty is held in utmost regard, the physically disabled are at an immediate disadvantage. Priti Prabhughate, research director, Humsafar Trust, says, “Even among able-bodied people in the gay community, self-esteem over body image seems to be an issue. For the disabled gay person, it can be doubly difficult.”

Dinesh says matter-of-factly, “I’ve never had a gay partner. Some are bisexual. Many claim to be straight and say they choose to be with me for a short while out of pity. Even if that’s true, I’m okay with it because I do have physical needs.” Dinesh maintains that he would prefer an able-bodied partner over a disabled one.

Invisible men“I would like to reach out and tell my story so that more people like me know they’re not alone. I applied to get on Sach Ka Samna but they didn’t select me. Then I wanted to be on Raaz Pichle Janam Ka. I’m still waiting to hear from them,” says Dinesh.

In March 2006, while still in the closet about his sexuality, Dinesh read about Manvendra Singh Gohil, the prince from Gujarat whose coming out made headlines across the world. In August the same year, Dinesh attended his first community programme at Humsafar Trust, a networking and advocacy group serving the needs of the MSM (males who have sex with males) and transgender communities in Mumbai. He says, “I felt immediately accepted. I heard their stories. I wasn’t aware there were so many like us out there.” Yet, five years on, Dinesh has yet to meet another gay man with a disability like his.

Unlike the emergence of gay icons and the concept of ‘gay pride’ that have given the queer movement media visibility, the disability rights movement has failed to generate the same curiosity.

“Forget media visibility, Mumbai is among the most disability-unfriendly cities,” says Rohini Ramkrishnan, researcher at the Disability Research and Design Foundation, “How often do you see a physically disabled person comfortably using the train or bus? Right now, it’s like they don’t exist. We just put them in rehab centres and pretend they’re not there.”

United, we stand
“Disability points to an obvious bodily impairment which influences every aspect of one’s interaction with society. The experience of homosexuality is not as disabling on an everyday basis,” explains Srilatha Juvva, associate professor, Centre for Disability Studies and Action, TISS.

Other disability experts feel that the immense cost of making structural adjustments — such as installing ramps in public places — has resulted in their rights being ignored, including rights pertaining to sexual health. “I feel that the government’s HIV efforts don’t consider how a physically disabled person has sex. How then will you tell him/her to be safe?” asks Prabhughate of the Hunsafar Trust.

One of the main reasons for the success of the queer movement has been the alliance of sexuality and gender-identity based communities under one umbrella-term called LGBT. A similar model in the disability rights field, especially in the wake of the framing of the UNCRPD & Disability Act 2010, seems the need of the hour.

In the meantime, ask Dinesh whether he identifies with his gay identity or his disabled one, he replies, “I’m proud to say I’m gay.” Some day, he might be proud to say he’s disabled too.

domingo, 15 de mayo de 2011

Ser homosexual y vivir con discapacidad: La doble exclusiòn

Testimonio:

Sandra Oliver y
Eva Delia Rodriguez Cuencar

Universidad Pedagógica Nacional
(México) 2006

Desde hace muchos años desde mi profesión me preguntaba que pasaba con la orientación a personas con discapacidad (PCD) que vivían estando homosexuales. Hace muchos años en un congreso en Cuba, llego la respuesta. Un angustiado chico con parálisis cerebral me pedía orientación porque era gay. El año pasado compartía el interés de organizar un encuentro de personas con discapacidad y homosexuales. Mi interlocutor, quien es discapacitado, me dijo: “Se me pone la piel de gallina solo de pensar en eso”. Yo asumí que era por la importancia pero el me reconvino diciendo que de esos temas no se debía hablar. Yo, por el contrario creo que son temas urgentes de abordar debido a que los colectivos de la discapacidad no atienden a homosexuales con discapacidad y los colectivos gay tampoco ya que la homosexualidad en la discapacidad ha permanecido invisible.

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La heterosexualidad se mira como la norma de obligado cumplimiento, legítima y “natural” para todos así que pensar ser homosexual y discapacitado es imposible. Se asume que ya es “suficiente tragedia tener una discapacidad y encima ser homosexual” sería el colmo. Y sin embargo existe. En EEUU existen de 7 000 a 26 000 sordos infectados con VIH Sida. En México ya han muerto personas ciegas homosexuales por VIH Sida.

Muchos investigadores han comprobado que ser homosexual y no contar con apoyos del entorno puede conllevar a índices mas altos de depresión, culpa, intentos y pensamientos suicidas (Faulkner, 1998, Fergusson, 1999, Garofalo,1998 y Remafedi, 1998), problemas mentales, abusos de sustancias y de alcohol, conductas sexuales de riesgo, prostitución como forma de sobrevivir, rechazo familiar, abandono de la casa, aislamiento emocional, soledad, deserción de la escuela, ITS y abuso físico y verbal. Pero al menos los chic@s homosexuales pueden encontrar grupos de apoyo. En cambio la realidad para los y las homosexuales con discapacidad es más difícil pues se habrá de agregar que de ellos se piensa que son seres carentes de deseos sexuales y con menos necesidad de recibir educación sexual, ocasionando: a) una menor conciencia del VIH_SIDA y de ITS especialmente en los colectivos de sordos y discapacidad intelectual; b) servicios de salud inaccesibles; c) profesionales no concientes ni interesados en sus necesidades; d) padres no interesados en las necesidades de sus hij@s.

Salir del closet para las y los homosexuales con discapacidad es mas difícil debido a la dependencia física y emocional de su discapacidad, existe mayor aislamiento y no tienen con quien hablar, temen perder el apoyo y afecto de sus cuidadores y de sus padres, experimentan mayor culpa al pensar que defraudan a sus padres, experimentan mayor temor de perder los servicios que reciben si se enteran los proveedores de servicios, no tienen espacios seguros para expresar su orientación, tienen mayores dificultades para conseguir y mantener pareja y por ende relaciones estable, no hay accesibilidad en los lugares de encuentro, en ocasiones sus intérpretes y asistentes personales son homofóbicos por lo que no tienen el apoyo para desarrollar relaciones amorosas, entre muchas otras problemáticas.

Por ello es urgente visibilizar a la homosexualidad en la discapacidad así como lo GLBT. Es urgente Introducir el tema de glbt en las agendas de la discapacidad y el de discapacidad en los colectivos gays y lésbicos. Sobre todo hay que formar alianzas.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Valiente testimonio de una mujer con discapacidad visual y lesbiana

Amar dando palos de ciega

dosmanzanas.com

No ser hetero o serlo a un porcentaje variable (véase la escala de Kinsey) no es fácil.

O al menos es lo que oigo decir y suelo leer a menudo. Que es una sociedad heterosexista, que a lo largo de la historia se nos persiguió, que en la Edad Media sodomitas y brujas ardían juntos en la hoguera, que en pleno siglo XXI aún hay países donde darle un beso a alguien de tu mismo sexo es arriesgarte a morir (y no de amor…¿o sí?), como si la estupidez humana no conociese de épocas ni lugares.

Despidos por orientación sexual, marginación social, persecución, discriminación, agresión física o verbal…

Son palabras muy feas, cargadas del veneno de siglos de prejuicios, que a la hora de definirte y aceptar tus sentimientos te echan para atrás porque son un presagio de lo que puedes llegar a padecer.

Un panorama nada alentador, pero que por suerte va cambiando poco a poco; el hecho de que podamos casarnos legalmente es una prueba de ello, aunque queda mucho camino por recorrer porque, como dijo Einstein, “es más fácil desintegrar un átomo que destruir un prejuicio”.

Algo muy parecido les sucede a las personas con una discapacidad.

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Ellos también tienen una historia bien cargadita de rechazo y marginación. En la más remota antigüedad (cuando aún se cazaba con flechas de sílex y un cavernícola grafitero se metió a hacer sus bocetos en Altamira) a las personas con algún déficit (léase que fuesen ciegos o que no pudiesen moverse) los dejaban morir de hambre. Eso era si desarrollaban el déficit de adultos, porque si nacían así, su viaje por la vida era como un suspiro. Ser ciego o no poder caminar en una sociedad cazadora era una clara desventaja, que la selección natural se encargaba de solucionar a su manera.

Eso de que los espartanos seleccionaban a los niños más fuertes no es ninguna invención del guionista de “300″; en la antigüedad llamada “clásica” se suprimía a individuos “no aptos”: eran sociedades guerreras y como le ocurrió al apuesto jorobado que pretendía luchar junto a Leónidas, quien no podía empuñar un arma no era apto.

Durante el Medievo ocurrieron cosas muy dispares: los ahora llamados discapacitados (en aquella época no eran tan suaves llamándolos) provocaban desde la piedad hasta la histeria: un epiléptico o un niño que hubiese nacido con graves malformaciones solo podían ser obra de Satán (y no me refiero al de “Bola de Dragón”). Y como toda obra del Maligno, debía ser erradicada. Desde antiguo el fuego ha sido considerado como un eficaz elemento purificador, junto con el agua. Solo que para casos más graves y muy a menudo por desgracia, el clero prefería echar mano del primero. Rameras del diablo, sodomítas e inútiles, sujetos a estacas clavadas en el suelo, ardiendo hasta la muerte en mitad de horribles gritos de dolor.

Sin olvidar la Alemania nazi, donde no solo se mataban judíos. Homosexuales y discapacitados eran también asesinados. No importaba que fuesen niños de corta edad.

A los homosexuales porque eran una aberración y temían que su corrupción llegase a tocar a los hermosos y perfectos arios (a las personas “normales” en general, pero cada cual barre para su casa) y a las personas con alguna discapacidad porque no eran aptos para la reproducción, porque podían engendrar otros seres imperfectos como ellos y eso le haría un flaco favor a la evolución de la especie humana.

Y hoy en día se ha avanzado bastante en lo que a derechos de las personas con discapacidad se refiere, pero se les sigue viendo con esa mezcla de lástima, admiración, rechazo y hasta repugnancia. En una sociedad que busca la perfección, que realza la juventud y exalta la belleza física, las personas cojas, sordas, ciegas o deformes son molestas para la vista.

Ambos colectivos, el LGBT y el de personas con discapacidad, considerados “non gratos” y dignos de lástima para esas personas llamadas “normales”: heterosexuales y sanos. Con la diferencia de que a los primeros se les culpabiliza de su mal, “son así porque quieren”, mientras que a los segundos les ocurre todo lo contrario porque a nadie le gusta ir en silla de ruedas o no ver u oír.

Ahora viene lo mejor: ¿qué ocurre cuando una persona, además de discapacitada es homosexual?.

“¿Pero eso existe?”.

Si, más de lo que quisiéramos imaginar. Pero son invisibles en su inmensa mayoría.

Si al hecho de tener una desventaja social por una discapacidad que no te deja desempeñar tus roles como el resto de los mortales le añadimos el extra de amar a personas de tu mismo sexo, las dificultades se multiplican. Y ya no digamos de aquellos gays o lesbianas que, por su grado de discapacidad, dependen de otras personas y deben permanecer dentro de sus armarios para evitar que su vida se vuelva una pesadilla.

La discapacidad no puede esconderse, pero la orientación sexual sí (hasta cierto punto). Por eso se prefiere pasar por hetero o asexual (ese sambenito que los “normales” se empeñan en colgarnos).

¿ColgarNOS?.

SI. Soy homosexual y discapacitada.

En mi caso es una discapacidad de tipo visual: visión monocular, menos del 10% de agudeza visual, ceguera nocturna y visión tuneliforme (mirad a través de un tubo de cartón y lo entenderéis).

Es desesperante muchas veces, más de las que quisiera, por ambas razones.

Ir a pedir trabajo y que me rechacen una vez sí y otra también porque “ellos no contratan a disminuidos” y yo con unas ganas locas de trabajar y poder independizarme.

Que al número de trabajos al cual puedo aspirar sea muy reducido. O son actividades que requieren visión o piden carnet de conducir. O la empresa “no contrata a disminuidos”. Y eso porque solo conocen una mitad de mí, la de “persona con discapacidad”. Imaginaos si se enteran que encima me gustan las chicas (si se quiere trabajar en sanidad puede ser peligroso)…

Si para colmo se vive en una población pequeña y cerrada (Alcoy no es precísamente un paraíso para vivir como gay o lesbiana), la cosa se complica. Los que vivís en “el culo del mundo” lo sabréis de sobra.

A la hora de ligar tampoco se tienen las puertas abiertas. Una chica, por muy guapa que sea, si lleva un bastón blanco lo más que despierta es curiosidad. Nadie se me acerca para invitarme a algo y “entrarme”, como mucho es para preguntarme si necesito alguna ayuda. Y yo tampoco soy muy consciente de a quien tengo al lado (a veces puedo quedarme hablándole al aire porque mi interlocutor/a se ha ido y ni me ha avisado).

O están saliendo conmigo un breve tiempo, encuentran un partido mejor y se van. Y eso me deja con un sabor amargo en la boca y una sensación de vacío, impotencia y rabia enorme.

Me gustaría, sin ánimo de aburrir, narrar un poco cómo me fue todo. Cómo se vive siendo homosexual y discapacitada.

A los pocos días de nacer, mientras me daba el pecho, mi madre vio que tenía una mancha blanquecina en mi ojo derecho. Como las madres son maniosas por naturaleza me llevó al médico. El galeno le dijo que con el tiempo acabaría por perder la visión, pero aquello yo lo sabría más tarde, cuando la profecía se cumplió y ya no podía ver a quien tenía delante de mí.

Desde que tenía 6 años, cuando llena de curiosidad le pedí a una amiga de 12 que me dejara ver sus desarrolladas tetas, me dí cuenta de que me gustaban muchísimo más las chicas que los chicos. Mi madre de algún modo lo entrevió (las madres son un poco brujas a veces) y me dijo que “a ver si te vas a hacer tortillera” con un tono de voz que me dio escalofríos (lo de la amiga nunca lo supo, por suerte).

Cuando yo tenía 12 años noté que poco a poco frente a mis ojos se iba formando una bruma blanquecina que me empañaba la visión. Y cada vez esa bruma era más densa. Y cada vez veía menos. Estuve en manos de oftalmólogos desde los 19 meses, porque lo mío es congénito. Pero jamás me había ocurrido algo así. Se lo dije a mi madre y, aunque ella sabía perfectamente lo que me pasaba, aunque sabía que lo que le contó el médico 12 años atrás se estaba cumpliendo, al parecer se negó a aceptarlo y prefirió callárselo. Si me lo hubiese dicho a su debido tiempo quizá hubiese podido comprender mejor lo que me pasaba y me habría ahorrado mucho sufrimiento.

-Son imaginaciones tuyas, cariño- me dijo.

Pero yo cada vez veía menos. Ya apenas veía la pizarra en clase y desde la primera fila. Los profesores me tachaban de “vaga”, “problemática” y “rara”. Ya necesitaba acercarme las manos a la cara y mirar entre mis dedos para ayudarme a enfocar los objetos lejanos, cosa que me convirtió en objeto de burla por parte de mis compañeros de clase. Comenzaron a ponerme la zancadilla, a esconderme cosas, a tirarme piedras a la salida del colegio. Y yo cada vez iba viendo menos y odiando más a la gente de mi alrededor. Como veis el acoso escolar no es cosa de hace 10 años o menos.

Ante semejante bombardeo, mis padres decidieron cambiarme de colegio y me llevaron a uno religioso. Allí encontré dos bandos opuestos: los que me rechazaban (la mayoría) y los que trataban de ayudarme, en general profesores y religiosos y algún compañero comprensivo. Y eso contribuyó a que el resto de compañeros me tuviesen aún más tirria. Encima de cegata, pelota.

Para colmo, el Hermano Gildo nos dio un día una “charla” sobre sexualidad y dijo sin tapujos que los homosexuales eran unos enfermos. Y en casa siempre he oído comentarios homófobos, sobretodo por parte de mi padre. Miel sobre hojuelas.

Ya tenía 13 años, apenas podía ver a quien tenía delante y ya usaba una talla 100 de sujetador, a pesar de mi edad. Eso provocó que los chicos me intentasen tocar los pechos casi de continuo y que un amigo de la familia, un hombre mayor que por suerte falleció hará 7 años, abusase de mí, pero por miedo me callé.

Ya había llegado un punto en que no podía seguir estudiando como una persona “normal” y mis padres decidieron pedir asesoramiento. La persona que me atendió me dijo que a lo único que podría aspirar una persona ciega era a vender cupones de lotería por las calles.

Decidimos probar suerte en la ONCE, por sugerencia de uno de los religiosos del colegio. Allí la cosa cambió drásticamente. Conocía a otras personas con problemas en la visión, como yo y ya no me sentí tan sola, pero con tanto palo recelaba de todo el mundo. Conocí a una chica, ciega de nacimiento, llamada Ana, que de algún modo consiguió rascar bajo mi coraza y acabó convirtiéndose en la única amiga de verdad que he tenido en toda mi vida, más que mi amiga la consideraba como la hermana que jamás tuve.

Con el tiempo me afilié a la ONCE, obtuve ayudas técnicas y pude seguir estudiando, a la vez que mi amistad con Ana crecía fuerte y sólida, al apoyarnos la una en la otra, mientras que mi vista iba disminuyendo. Aún no lo había acabado de asimilar y me sentía inferior, inútil, una carga para mi familia.

¿Qué fue lo que me impulsó a seguir, a no tirar la toalla pese a todo?. Seguramente el momento en el cual aprendí a convertir mi odio y desprecio hacia mí misma en ganas de superar a mis compañeros “normales” y hacerles ver que podía estar a su altura aunque no viese y así hacerles tragar sus burlas. El apoyo y la ayuda inestimable de mi familia hicieron lo suyo, de hecho mas bien fueron determinantes, aunque sabía que en el fondo esto era también una dura prueba para ellos, porque no es fácil, de cara a la sociedad, aceptar que tienes un hijo minusválido (jamás me gustó esa palabra, es como si valieses menos que los demás).

Llegó el momento en que necesitaba bastón para moverme por la calle a plena luz del día; era como querer mirar a través de un cristal esmerilado, de esos translúcidos y blancos que solo te dejan ver bultos y de muy cerca. Y las ciudades españolas (sobretodo mi aldea tercermundista) no son un ejemplo de adaptabilidad, aunque por suerte eso va cambiando también. Gracias a la técnico en rehabilitación visual re-aprendí todas las habilidades de la vida diaria, desde encontrar la ropa, hasta cocinar, asearme, ir por la calle. Ana iba conmigo muchas veces, ayudándome a poner en práctica lo que aprendía.

Me apuntaba a cualquier actividad que se hiciese en la ONCE, desde convivencias hasta excursiones. Cada vez me sentía más a disgusto con la gente “normal” y prefería la compañía de mis semejantes, donde encontraba comprensión. Algo parecido les debe ocurrir a los gays y lesbianas que solo se mueven por el ambiente para evitar el rechazo de los heteros; es ir metiéndose en una especie de gueto que te separa del mundo “real”.

Y en la mayoría de dichas actividades coincidía con Ana. Tenerla cerca me hacía sentir bien y ella se alegraba muchísimo cuando oía mi voz. Hasta que me dí cuenta de que lo que sentía por ella iba más allá de la simple amistad: me había enamorado de ella. Pero me avergonzaba profundamente de lo que sentía.

Por suerte, al cabo de unos años, una intervención quirúrgica me quitó aquella molesta niebla que no me dejaba ver, aunque sigo necesitando el bastón por la noche, apenas tengo campo visual y solo me defiendo por un ojo.

Con el paso del tiempo fui tomando conciencia de mi valía personal, pero mi homosexualidad cada vez iba siendo un problema mayor; por desgracia me eché novio para ver si se me pasaba el problema, porque aunque tenía 18 años, no me había tocado nadie y pensé que al estar con un chico me volvería “normal”. Pero ni flores. Necesitaba contarle aquello a alguien de confianza, sacarlo de mi, como cuando te clavas una espinita en el pié y mientras caminas se te va clavando más y más en la carne y te duele.

Ana fué la primera persona con quien salí del armario. Una tarde fui a su casa y celebramos su cumpleaños, las dos solas. Aquella misma tarde me armé de valor y le confesé que, aunque estuviese con un chico, en el fondo me gustaban las chicas.

-Ya lo intuía -me dijo para mi sorpresa.

Yo me quedé de piedra, sin saber qué decir.

-¿Te gusta alguna chica ahora?. -me preguntó vacilante, como temiendo una respuesta afirmativa.

“La ocasión la pintan calva”, dicen. Y ahí me lancé.

-Si…tú.

Y nos besamos. Ella era la primera mujer que me besaba y yo la primera mujer que la besaba a ella. Aquel beso me supo mejor que cualquiera que mi novio pudiese haberme dado.

Pasó el tiempo, me fui a estudiar a Madrid y Ana y yo nos distanciamos un poco. Yo había dejado a mi novio, pero empecé a tontear con otros chicos, hasta que empecé a salir con uno, pero resultó ser un juego más que otra cosa. Hacía visitas fugaces a Chueca, a solas, pero alguien se dedicó a seguirme y me entró tanto miedo que dejé de ir. En aquel momento hubiese agradecido tener a alguien a quien contarle lo que me pasaba y que me hubiese acompañado. Las noches madrileñas pueden ser peligrosas, especialmente para una chica ciega.

Volví a mi casa porque la cosa en Madrid no salió bien y mi estado anímico era de lo peor. Y decidí buscar trabajo en mi pequeña ciudad montañesa, pero sin suerte. Así que me propuse estudiar un módulo de FP para ver si podía labrarme un buen futuro; lo que menos deseaba era estar siempre bajo el ala de mamá y papá, tenía unas ganas locas de volar.

Pero entonces ocurrió algo.

Toda mi vida me he preguntado para qué demonios había venido al mundo alguien como yo. Siempre me había sentido una inútil total y pensaba que no habría futuro para mí. Me costó años y muchas lágrimas aceptarme como persona con discapacidad. Antes me avergonzaba y trataba de pasar por “normal” sin conseguirlo (en realidad más que “normal” parecía retrasada, tropezándome y cayéndome todo el rato), pero acabé por aprender a reírme de mí misma y de mis limitaciones. Hasta que cierto día me di cuenta de que podría trabajar ayudando a otras personas como yo a ser personas independientes y útiles, que todo el dolor por el que había pasado no era patrimonio exclusivo mío, sino que no estaba sola, pese a todo. Y fue cuando decidí estudiar Terápia Ocupacional y trabajar rehabilitando a personas con un hándicap físico o sensorial. Como en su día hicieron conmigo.

Supongo que fue lo que los sabios y místicos llaman un “momento de iluminación”, un instante en que te paras a pensar en todo lo que te ha pasado, a encajar las piezas del puzzle y luego ves una puerta abierta en el fondo del sótano que te conduce a una salida. Fue cuando encontré lo que realmente daba sentido a mi vida.

Me sentí la persona más feliz de la Creación cuando ví mi nombre en la lista de admitidos.

Empecé la carrera con ilusión y muchísimas ganas. El despertador sonaba a las 4:45 (porque encima vivo a las afueras y hay un buen tramo hasta la estación), me colocaba los cascos con mi música favorita y muchas veces mi madre me pillaba bailoteando en la cocina de pura felicidad. Salía de casa a las 6 menos cuarto de la madrugada y volvía a las 7 de la tarde (sin piso de alquiler cerca de la Universidad, me tragaba 6 horas de bus todos los días, pero las aprovechaba para estudiar en el bus, al meterme los apuntes hablados en el MP3).

Regresaba cansada pero muy feliz. Estaba bien conmigo misma y eso se traducía en todas las demás áreas de mi vida. Logré sacarme los dos primeros cursos limpios, sin arrastrar asignaturas y con unas notas bastante altas. Y siendo la única estudiante con discapacidad de toda la carrera, que muchas veces me costaba seguir el ritmo de las clases, pero al final lo conseguía.

Tuve otro novio y mis padres se frotaban las manos al imaginarme ya casada. Pero cuando él y yo nos planteábamos irnos a vivir juntos, casarnos por la iglesia (en el sur suelen ser bastante beatos, con todo mi respeto), tener niños y él comenzó a mostrarse agresivo y problemático…me di cuenta de que el patio se me quedaba demasiado grande y pude parar a tiempo aquella vorágine que me conducía a un destino que en el fondo yo no deseaba.

Y decidí dejar de engañarme de una vez y aceptar que, a pesar de que pudiesen atraerme algunos chicos, lo que de verdad deseaba, a lo que en realidad yo aspiraba, era formar una familia con una mujer.

Echaba de menos a Ana. El día que ella me comunicó que estaba viviendo con un hombre se me cayó el mundo encima, aunque me aclaró que lo hizo por escapar de su casa, ya que vivía inmersa en un ambiente violento y hostil. Las cosas con nuestros hombres dejaron de funcionar y fue cuando decidí proponerle dejar de lado tanta farsa y atrevernos a vivir una vida en común.

Pero las desgracias no vienen solas, para colmo sufrí un accidente que me dejó postrada en la cama varios meses y que me obligó a quedarme en casa por algo más de un año (y a día de hoy aún persisten las secuelas), perdiendo dos cursos de carrera y dejándome completamente dependiente de los demás.

Perdí el número de Ana cuando tuve que resetear el móvil por un virus (atención a dejarse encendido el bluetooth…) y tras varias pruebas, muchísima rehabilitación, cuando me recuperé, pude volver a caminar y coger el bus y tuve oportunidad de ir a Alicante, fui para hablar con ella, ya que en año y medio no pudimos comunicarnos y no sabíamos nada la una de la otra.

Y cuando fui a su quiosco lo encontré vacío. Pregunté por ella al chico que estaba vendiendo cupones al lado y me dijo que estaba sustituyéndola; ella se había marchado a Tarragona a vivir con su madre y que no volvería por Alicante.

El viaje de vuelta a Alcoy lo pasé con “Cradle of filth” sonando en mis cascos a todo trapo y cuando llegué a casa me subí al ático y lloré como no había llorado en muchísimo tiempo, hasta que me dormí tirada en el suelo.

Tiempo más tarde, me atreví a salir del armario con mi hermano y aunque al principio le chocó, pues no se lo esperaba, se lo tomó muy bien, pues conoce a una pareja de chicas y para él la homosexualidad no supone ninguna “abominación” ni nada anormal.

Aunque había aceptado mi discapacidad desde hacía años, me seguía resistiendo a aceptar del todo mi lado bollo. Y como suele decirse “cuando el alumno está listo, aparece el maestro”.

Me encanta leer sobre culturas antiguas y sobre las mal llamadas “culturas salvajes”. Descubrí la existencia de los “berdaches” norteamericanos, de cómo en otras culturas menos “civilizadas”, en lugar de tratarnos como enfermos, se nos trata con respeto y hasta con reverencia (las personas “de doble espíritu”, como nos llaman, somos candidatas potenciales a chamanes…y ningún jefe de clan toma una decisión importante sin consultar con el chamán de turno). Eso me hizo ver la relatividad de las creencias que consideramos “La Verdad”, lo correcto, lo normal…

El documental “El Sexo de los Ángeles”, de Frank Toro, ya fue la guinda del pastel y si bien me hizo llorar en muchos momentos, cuando acabé de verlo me quedé con una sensación pletórica de orgullo respecto de lo que realmente yo soy: una mujer discapacitada que ama a otras mujeres.

Conocí a otra chica de la que me enamoré profundamente, la primera mujer con la que me acosté (con Ana hubo besos y manos traviesas que se perdían bajo la camiseta, pero nada más). Pero por razones que desconozco se inventó la historia de que la estaban acosando para que me dejase en paz a mí y acabé cansándome de que me tomase por imbécil.

Actualmente me falta solo 1 examen para terminar la carrera y ya me han llamado de varios lugares para trabajar, además de tener constancia de otros donde podría currar sin problemas. Tengo pensado irme fuera de la Comunidad Valenciana: además de que aquí no hay trabajo de lo que he estudiado, quiero hacerme cargo de mi misma y poder vivir mi homosexualidad lejos del alcance de mi familia, porque sé que no lo van a aceptar y ya de por sí son aficionados al siniestro deporte del chantáje emocional. Y no tengo amigos que dejar atrás, porque los que tenía desaparecieron misteriosamente tras salir del armario con ellos. ¿Los habrán abducido los marcianitos?.

Es por eso que aún sigo dentro del armario para mis padres, que no dejan de insistirme para que me “busque un buen chico y me case”, cuando yo lo que deseo es casarme, sí…pero con una mujer. Ya lo sabrán, pero cuando esté lo suficientemente lejos para que no puedan hacerme daño.

Y en el tema laboral deberé ser cuidadosa con querer salir del armario: a una mujer hetero no debe hacerle mucha gracia saber que a la terapeuta que le está colocando una férula o le está dando un masaje para quitarle la contractura de la espalda le gustan las ostras…

Sanidad es un campo delicado para salir del armario y se me puede complicar la cosa si acabo conviviendo con otra mujer. Pero ese es el camino que escojo transitar.

Y eso es más o menos cómo ha sido para mí vivir con una discapacidad y gustándome las mujeres. Y sé que mi odisea no ha acabado, sino que no hecho más que comenzar.

Me gustaría que mi testimonio pudiese dar a otros gays y lesbianas, discapacitad@s o no, el valor para seguir luchando hasta encontrar su sitio, en un mundo y una sociedad pensados por y para heterosexuales sanos.

No os rindáis nunca.

PD: perdón por las posibles faltas de ortografía, mi teclado braille vá como quiere y cuando quiere…

lunes, 4 de enero de 2010

Disabled Early, Gay Late

by Charles Coventry on March 14, 2007 (nsrc.sfsu.edu)

I was born in 1943 in the west of Scotland, and with the exception of a year at a school for children with cerebral palsy (CP) in Edinburgh, I lived till the age of twelve with my parents in Glasgow. The school for children with CP, Westerlea, had assessed me as fit to attend a small mainstream school with other children of my own age, where my abilities, notably a mechanical ability, skill with words, and musical talent could have been developed. Back in Glasgow, however, all disabled children were required to attend special schools where the pace was that of the slowest. Because I was more physically fit or more mentally agile than most of my classmates, I had no friends at school, the beginning of a life of loneliness.

At home my sister and my girl cousins created their own society, so once again I was isolated. My father couldn’t be bothered with my interest in mechanical things. Instead he tried to cram the subjects of his own expertise—politics, economics and social studies—into my head even before I was of school age, which is five in the United Kingdom. When I finally made it into mainstream education, at Alloa Academy in Clackmannanshire, east central Scotland, I came out with the required passes for university entrance, mainly languages, but that was really all I got out of school. Unable to participate in physical education and games, my isolation grew. I wasn’t bullied for not playing rugby, as I might have been at a school supported by public funds, but still I was excluded from the company of other pupils.

Instead of helping me to find pursuits that might have given me the company of my peers, the school found nothing for me but extra lessons. Now that I have gay friends for the first time in my life I realize that many gay people understand what being “non-sports” was like as a child, much better, I believe, than most straight people do. At a conference in Belfast, for example, I met a gay man who had been educated at a Roman Catholic school for boys. He was always in trouble, he told me, for not being good at PE and team games. When I mentioned that I had been left out for being “non-sports”, there was no need to explain. He got the point straight away. “Yes,” he said, “isolation.”

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Another example relates to a specific activity. When I came to Edinburgh at the age of forty for further degree study, I got the chance to learn to swim by a method specially designed for disabled people. A gay journalist I met, who had been sent to one of the “good” Edinburgh schools, had been taken to a swimming pool at the age of eight and literally “thrown in at the deep end.” Terrified, he could never face swimming again, yet when I told him about learning to swim he could appreciate the feeling of independence that being in the water gave me.

Outside of school I was fortunate that relatives on my mother’s side of the family, keen on outdoor activities, encouraged me to go for walks in the country. These were mostly solitary excursions, so when I read Exile and Pride I was struck that Eli Clare was allowed to take part in a cross-country run, a group activity. Even so, the adults involved reacted to Eli exactly as they had to me, by setting the experience apart. I recall this same feeling when I had to endure an “interview” with one of the tabloid newspapers about an essay I had written. In no time the whole county had heard of “the boy that looks at old buildings.” Singled out in this condescending fashion, I felt myself a freak and was put off the subject of architecture till after completion of my first degree at St. Andrews University.

The contrast between Alloa Academy in rural Scotland in the late 1950s and early 1960s and Eli Clare’s school in Ohio in the 1970s makes me wonder whether it reflects a change of attitude over time, or whether this kind of difference between Britain and America always existed. I know that pupils with disabilities are now being helped to do PE in two of our primary schools in Edinburgh, but I still don’t know what would happen at secondary level.

My inability to dance when I was a boy inspired odd and often contradictory attitudes on the part of adults. Sometimes I got the impression that my not being able to dance was a sign of how “good” I was for not getting involved with girls at an inappropriate age. Learning about the lives of other gay men has given me a larger view of all sorts of personal experience. One able-bodied couple I met both suffered from their enthusiasm for dancing of different kinds. One partner, originally from the south of England, was seen as effeminate when he was the only boy in a children’s ballet class; his partner, from the Edinburgh area, was tormented in primary school for being good at Scottish country dancing.

Does this suggest that my inability to dance was seen by some adults as evidence that I was a “real” man, not effeminate? I cannot be sure.

Sex and Isolation

The first thing I learned about sex came from my father’s warning that something would happen to little boys who played with their penises—as I tended to do. I began to wonder if that “something” was “become homosexual”. Reading a magazine article that addressed medical myths about homosexuality only confirmed my suspicion. A gay friend a few years my senior said that in our school days the gay (able-bodied) boy attracted to other boys in the changing room might, to avoid trouble, put on a show of being inept at games. Remember that homosexual acts were still a criminal offense at this time.

Looking back, I think that I came to realize at an early age that there were many ways of being isolated, and that while being left out was something done to me, it was also something I could embrace as a form of self protection. In my case the typical “I hate girls” stage persisted longer than the regulation age of fifteen...

Teasing about girlfriends ceased having an effect by my late teens, and when careers were being discussed, I knew that I had missed out on so many childhood things that I was unsure about school teaching and being able to control a class. Gay dads and lesbian mums abound, of course, but not all gay men make good fathers; for my part, I was dubious about being able not only to control school children in a class but to raise children of my own. My unsettled feelings about children proved to be deeper than I’d realized: they got me sacked from my first job when I lashed out and hit a child full force because it was the only way I could think to deal with a difficult situation.

I wonder how widespread these feelings are among gay men of my generation. One gay man of my acquaintance told me that he had to warn his brother-in-law not to let his children rush up to him clamoring for sweets because he was liable to hit them; another man said that he couldn’t communicate with children until they were of an age to think about university; and a gay friend in London with manic depression said that parenthood suited some gay people, suggesting that it probably wouldn’t suit him.

I realize now that the disabled person’s uneasiness over gender roles has to do with more than parenting. Where able-bodied gay men and lesbians may do things they aren’t supposed to do conventionally (a boy might do embroidery, a girl auto mechanics), those of us with a physical disability may find that we fail at “male” or “female” things in more ordinary ways, something I realized from reading Eli Clare who, in Exile and Pride describes a family photograph that makes her remember being forcibly got into a skirt at the age of thirteen. She recalls asking her mother, “Am I feminine?” As an adult, since she can’t put on a skirt without help, she wears jeans instead. Most people think she’s a teenage boy, or, as she puts it, “neither a boy nor a girl.”

After reading Clare’s account, I recognized several things that symbolized my inability to “be male” as a teenager, including tobacco, alcohol, and driving. Because my ability to focus visually is diminished by paralysis of one eye I could not manage to light things and, consequently, was terrified by flames. When I was about sixteen my father expected me to start smoking a pipe, like him, or, on special occasions, a cigar. It was the pipe, however, that was the sign of the “real” man, and, for my Labour-voting parents, enjoyed extra cachet as a left-wing symbol, but as soon as cigarettes or cigars came near me I panicked. With a scream of “No!” I would nearly jump through the ceiling.

At home the result was a lecture on manners and, in public, comments from strangers about cowardice. Sometimes I was told not to be “like an old lady.” I was even told that smoking “soothed the nerves.” How could something frightening possibly soothe the nerves, I wondered? Alcohol consumption, too, as a measure of manliness, was something I failed at. With no taste for whisky I suppose I make a thoroughly second-rate Scotsman.

Although smoking and drinking no longer loom large as symbols in my life, somebody who discovers that I have never run a car and have to get household repairs done by others, might question my “manliness”. The truth, of course, is that I simply can’t manage those things physically. Looking to opposite stereotypes, a visitor seeing no sign of sewing or embroidery in my home might conclude that I am a “real man” after all, while the truth is these are things I can’t do because of my partial vision. Some might despise men who engage in those pursuits; I have every admiration for them.

Stereotypes like the ones I’ve mentioned above help to create attitudes that result in gay-directed hate crimes, but if I were to be assaulted it would probably be because of my disability. In fact just such an incident did take place in 1999, when I was stoned by a group of children as if it were 1850 and I the village idiot. Because this attack started soon after the revived Scottish Parliament met for the first time since 1707 I do not think it far-fetched to assume that the children’s behavior might have been part of a perverted sense of reborn nationalism, as if someone had taught them to revive a venerable old Scottish custom.

Coping with Learning Disabilities

My learning difficulties, first detected at Westerlea, include something similar to severe dyslexia that results in a failure to manage arithmetic, as well as difficulty grasping abstract ideas. The latter upset my parents unduly because each of the four Scottish Universities then in existence required a philosophy course as a requirement for an arts degree. Even after I passed my philosophy course with the help of extra tutoring I was still expected to understand discussions of politics and economics. I began to wish for a brain transplant so that I could become numerate and enter banking or accountancy. At other times, particularly when being bullied for lack of concentration or application, I thought I was either mentally deficient or would have been better off that way. At least a certifiable incompetence would have proved I was incapable of coping with subjects my parents and the educational establishment insisted were important.

It was not until I learned Transcendental Meditation that I was able to come to terms with my learning disabilities. TM gave me confidence in the skills I did have while at the same time it helped me to see parental intolerance for what it was. To put it another way, instead of being “cured” of my learning disabilities I was enabled, finally, to lose my obsession with them. At last I was able to see myself not as somebody incapable of coping with economics or politics, but as someone capable of other pursuits instead. I became a Gaelic scholar.

It was after learning TM that I went to Edinburgh University for Celtic Studies. I had learned Gaelic after my first degree, and with a background of English, French, and classics (and no distractions from subjects I was incapable of managing), it all came very easily. I attained full speaking, reading and writing ability in three years.

Learning to be Myself

Early on sex had been added, tacitly, to the long list of things I supposedly could not do. For a long time this was not an issue, since I was not attracted to girls; perhaps the knowledge that sex with other boys, and later with men at university was a crime might have suppressed my natural inclinations. After all these years it’s difficult to know. I suppose because I didn’t meet anyone who admitted to being gay I was indoctrinated into thinking that love for men was “unnatural” as well as criminal.

Not until 1974 in Edinburgh was I first aware of a gay rights demonstration. By then my perspective was so skewed I immediately got the idea that these were people getting jobs at the expense of the disabled and were probably anti-disabled themselves. This attitude persisted until 1983 when, settled into study, some freelance work, and some volunteer work I gradually forgot all about being homophobic. When I discovered that many of the scholars who had become my friends were gay, there seemed to be no point in snubbing them and losing their friendship.

In my late fifties, after the death of my mother, I first began to wonder if I might be gay myself. I mentioned it to a gay friend, asking if he knew of any gay groups. He was in the Gay Outdoor Club, whose swimming session I joined. Later I found good company at their socials, but the first real evidence that I was gay occurred one day in a straight sauna when another man invited me to share the shower with him. We went into a cubicle, where he started to massage his penis, then leant over and began doing the same to me, asking if I liked it. I said it was a new experience. It certainly felt nice, this first ever experience of sex with another person. I later decided that it must prove I was gay. Since my attitudes had been formed by those of my father’s generation, surely if I had been heterosexual I would have been shocked by his action, would have pushed him off and reported the “offense” to the staff.

The other incident, in fact my first experience of falling in love with somebody, followed my sending a piece to the Gay Outdoor Club newsletter about finding the Edinburgh branch of the club and learning to swim. I asked if anybody would like to get in touch, saying that if I was anything at all now I was probably gay. I got a reply from London (the friend with manic depression I referred to earlier). He said he was probably the same. I went to visit him, and as soon as I saw him, a tall young man in his late twenties, I found him attractive.

During an enjoyable weekend spent together we one afternoon found ourselves sitting in his flat wearing just T-shirts and shorts. I surrendered to a sudden urge to touch his leg, something that had never happened with anyone. He took my hand and we sat holding hands, then went into a cuddle. When it was time for me to return home I was almost in tears leaving him. In a letter thanking him for the weekend I asked if he would be willing to be my boyfriend, but he said that because of his depression he would be happier for us just to be friends. This proved to me that I really must have been gay all along. By the late ’ 90s it was, of course, perfectly safe to be that way. When we kissed on the train as I was leaving London, no railway official stopped us, something that would have happened in my younger days.

Going on from Here

There is a U.K. organization for gay disabled people, but being based in London it doesn’t really benefit Scotland, so I have become involved in a steering group established to bring gay disabled people together here. We meet alternately in Glasgow and Edinburgh. This is a form of socialization and, if you will, of education, for even among people with disabilities hierarchies and prejudices get in the way of communal feeling and the possibility of concerted action. Eli Clare writes, for example, that when among disabled people with severe mobility problems or those who use wheelchairs, she is out of the group, a “walkie”, and although this word isn’t used in the U.K., the attitude is the same.

Among wheelchair users I may be perceived as “too fit”, because I am on my feet and able to swim, although some disabled people may be inappropriately overawed by my university education. Different kinds of distinctions may exist among nondisabled people. Clare observes that among lesbians she is accepted as a writer; I have had similar experiences among abled gay men impressed by my involvement in Gaelic studies.

If my life has taught me anything it is that education is called for so that disabled people can enjoy wider acceptance, both among the general population and among their gay peers. Eli Clare observes that even in cosmopolitan New York City a man sitting down beside her on a bus might suddenly jump up when he perceives her athetoid disability. Sometimes, Clare maintains, adults will still stare at disabled people in public. When it happens in Britain nowadays it usually involves young children, whose parents will reprimand them.

My own experience has convinced me that it is parents who need the most education, in the private sphere as well as the public. They need to be shown that their children, particularly if they are disabled, should not be forced into opposite-sex relationships if they exhibit no such inclinations, nor should they be coerced into adopting stereotypical masculine or feminine attitudes that may be foreign to their natures.

My journey toward recognizing my essential nature has shown me how much damage stereotypes can inflict, how difficult it can be for people (even for parents) to see the person instead of the disability, how even one’s own perception of self can be disguised or distorted. It is late in life to “come out”. I wish there had been no necessity to do so.

Charles Coventry was born in 1943 near Glasgow, Scotland, with mild cerebral palsy. Now over sixty, he still does freelance work and volunteers in the community.

Editor's note: The full essay originally appeared in BENT: A Journal of CripGay Voices

viernes, 9 de octubre de 2009

Homosexualidad y discapacidad, una realidad invisible

Escrito por Andrea Vargas C. 01 de Julio de 2008 elportavoz.com

En términos generales, nuestra sociedad concibe la discapacidad como una obra del destino y no como una elección de la persona que vive con discapacidad. Por el contrario, la homosexualidad suele entenderse como algo “anormal” o “incorrecto” y se culpa a la persona homosexual por preferir esta condición sin importar lo que piensa o siente al respecto.

El panorama se complica más cuando hablamos de homosexuales, bisexuales, lesbianas o de personas trans que además tienen alguna discapacidad. Esto para algunos puede ser inconcebible. Primero, porque las personas con discapacidad usualmente se catalogan como seres asexuados, sin necesidad de tener una relación de pareja, o de ejercer libremente su sexualidad; mucho menos cuando esta sexualidad es compartida con personas de su mismo sexo.

Para muchos la combinación de “homosexualidad” y “discapacidad” implicaría una “gran tragedia” para una sola persona ya que ambos elementos se consideran desafortunados. En síntesis, la homosexualidad en la discapacidad ha permanecido invisible.

Pocos se han preguntado ¿Qué tienen que enfrentar las personas homosexuales con discapacidad? ¿Cómo manejan los sentimientos de culpa, frustración o miedo ante esta realidad?

Si desea recibir asesoría o busca información sobre los grupos de apoyo, comuníquese a la línea gratuita 800 CIPACCR (800-2472227) del Centro de Investigación y Prevención para América Central en Derechos Humanos (CIPAC).

TESTIMONIOS

Mi nombre es Rocío, tengo 27 años, soy de México, ciega de nacimiento y lesbiana desde que tengo uso de razón.

Me considero una persona igual a cualquiera, tengo dos características que podrían significarme una distinción, pero es algo que he tratado de que la gente deje a un lado. Mi familia me ha enseñado a valerme por mi misma y tal vez por ese apoyo es que el decirles que soy lesbiana a mis hermanas no fue tan difícil como yo lo esperaba, lo más complicado para mí ha sido el encontrar pareja, ya que me he auxiliado de la red que no siempre es lo mejor, pues me han tocado experiencias tales como: las que se desaparecen cuando saben que eres ciega, las que fingen no llegar a la cita y no te contestan el teléfono, o las maravillosas mujeres que han estado en mi vida haciéndome feliz y rompiendo sus propios miedos de cómo tratar a una persona ciega.

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Es muy contradictorio pues yo muchas veces me he preguntado por qué cuando salgo a algún café de ambiente, no corro con la misma suerte que las demás y recibo algún mensajito o la visita en mi mesa de otra chica interesada. Sin duda, hay mucho por hacer y entre eso más lugares de convivencia gay y una conciencia cívica sobre la gente homosexual pero sobre todo, sobre la gente ciega. Todas mis parejas las he conocido por Internet y me quedo con la recompensa de haber dejado algo en su vida, de haber dejado siempre lo mejor de mi, entregando el 100% y demostrándoles a ellas y a mí misma, que puedo estar con cualquier persona sin importar mi ceguera.

Soy Miguel y escribo desde Valencia (España), soy una persona con ceguera total y tengo 41 años.

Yo no me he sentido especialmente discriminado en la comunidad gay por ser ciego, aunque es verdad que la gente sobre todo al principio, se cohíbe un poco conmigo, me atrevería a decir que se cohíben más que la gente heterosexual. Es cierto que muchos gays sólo quieren relacionarse con chicos guapos y “perfectos”, pero afortunadamente no son todos. Lo que más me costó fue decirle a mi familia, sobre todo a mi madre, que soy gay. Lo mejor ha sido la aceptación de mis amigos y al final también de mi familia.
En cuanto a las leyes, creo que en España vamos por el buen camino, aunque falta que la gente vaya cambiando su percepción de la gente gay y que pierda el miedo a los diferentes.

Mujer, 39 años, deficiencia neurológica.
Las personas con discapacidad, somos catalogadas ingenuamente como seres de una dimensión desconocida, casi serafines, niños eternos, santos, vírgenes y mártires inmolados, totalmente asexuados o no deseados. La sexualidad es una característica intrínseca de todos los seres humanos. Para muchas personas con discapacidad, ésta es una verdad invisibilizada o negada. Es acaso, que tenemos también la capacidad “disminuida” para amar y ser amadas, de proporcionar y experimentar placer y satisfacción, en la más profunda entrega.

Me enfrenté con tres inconvenientes, ¿cuáles? Ser mujer, persona con discapacidad y con una preferencia erótica-afectiva diferente, ¡vaya combinación y osadía! Esta es mi forma de vida, es lo que siento, a la par de quien vibro y con quien quiero compartir mi existencia.Se irrespeta nuestra individualidad, rechazando lo que somos, nuestras historias de vida y valor como personas. Estamos expuestas a la homofobia generalizada, la fuerte presión del ocultamiento de nuestra condición, la tragedia familiar, la imposibilidad de participación en muchos espacios, incluso los religiosos, entre otros. No somos vistos como sujetos de bienandanza, sino más bien, chuecos en muchos aspectos.

Mi vivencia, nada entre dos aguas: en el ambiente soy discapacitada y para el colectivo con discapacidad, soy homosexual, ¡experiencia interesante! Una minoría dentro de otra minoría, es patético cuando nos convertimos en segregadoras de otros, igualmente menospreciados.

Disyuntiva: ¿Orgullo o desventura gay? Yo sigo luchando por la reivindicación, por el derecho a ser libre, independiente, amada, valorada y respetada. Mi determinación: ¡Quiero hacer camino al andar! Hay mucho que recorrer, así que celebremos este día, eso sí, recordando siempre dedicarnos a disfrutar del arte de innovar paradigmas.

Soy una persona con discapacidad, gay y además HIV+ .
Actualmente trato de luchar contra tres tipos diferentes de discriminación, por mi discapacidad, por mis preferencias sexuales y por mi enfermedad. Vivir con una discapacidad visual y una orientación sexual distinta a la de la mayoría, ambas a la vez, en ocasiones se convierte en algo muy duro de llevar. Uno se ve obligado prácticamente a convertirse en actor, para ser quien no soy, para mentir cuando me preguntan por mis novias y para vivir una vida de apariencias que no es la mía. He trabajado en varias organizaciones de personas con discapacidad y por eso hay que cuidarse. Muchísima gente me conoce y yo siento que el nivel de homofobia aquí en Costa Rica es muy fuerte, incluso entre un buen número de compañeros y compañeras con discapacidad.

Dicen que ser gay y tener una discapacidad supone una doble discriminación y yo lo atestiguo. Soy un joven profesional y pienso que en el ámbito laboral esto es muy cierto. Quienes tenemos una discapacidad nos vemos obligados a presentarnos como personas igual o quizás el doble de competitivas y eficaces en comparación con quienes no tienen discapacidad. De lo contrario los empleadores nos harían a un lado. Y súmele a eso si se dieran cuenta que tenemos una orientación sexual diferente a la mayoría.

Tanto las personas con discapacidad como las personas homosexuales, son dos poblaciones que luchan por la defensa de sus derechos humanos. Por tanto se supone que ambas repudian la discriminación hacia los demás. Sin embargo, si a mí me preguntaran: ¿quién discrimina más, las personas con discapacidad o la comunidad homosexual? Tengo que decir que ambas se discriminan mutuamente. Según mi percepción las personas con discapacidad suelen discriminar con más fuerza a las personas homosexuales. Es menos frecuente que los gays y lesbianas discriminen a una persona con discapacidad, aunque en ocasiones a veces lo hacen.

Creo que lo más difícil ha sido la relación con mi familia. Producto de mi discapacidad visual, mis padres siempre me han sobreprotegido, pero desde que se dieron cuenta de mi orientación sexual esto ha sido peor. Aunque ya tengo 30 años, mis padres están excesivamente pendientes de dónde me encuentro y con quién estoy. Con frecuencia pasan hablando de moral como para que uno entienda la indirecta, pero lo que ellos no entienden es que yo no escogí ser gay y que la orientación sexual no es un asunto solamente de moral. La sexualidad es inherente a la persona y es algo que yo no puedo cambiar.

La orientación sexual es algo que todos y todas ya traemos definido, casi desde el momento en que nacemos. Desgraciadamente, el común de las personas no entiende eso y se lanza de buenas a primeras con sus juicios moralistas, diciendo que eso es malo y nos hacen a un lado.

En síntesis, ya que no puedo cambiar ni mi discapacidad, ni mi orientación sexual, por más que quisiera cambiarlas, lo único que puedo hacer es pedir tolerancia, aceptación y respeto. Sólo queremos que nos acepten tal como somos. Las personas homosexuales no somos bichos raros. No somos enfermos sexuales, ni tampoco somos piedras que no sienten. Somos seres humanos con emociones, sentimientos, con ganas de vivir, con anhelos, con necesidad de amar y sentirnos amados.

En mi opinión, el cambio que se necesita es cultural. De nada sirve aprobar leyes en el congreso si la sociedad va a seguir discriminándonos. Ojalá sigamos el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, en quien creo profundamente. Cuando él vino a la tierra nunca juzgó a nadie. A todos y todas les llamó hermanos y siempre les tendió su mano llena de amor, perdón, comprensión y consuelo. ¿Es tan difícil seguir su ejemplo?