Publicado por Javier Montilla el 19/08/2010
ellibrepensador.com
Cuenta la historia que cuando la diosa Hera vio a su hijo recién nacido, Hefesto, le pareció tan enclenque que lo arrojó desde la cima del Olimpo. De hecho, no quería que nadie supiera que había dado a luz a un dios tan blandengue. Hefesto sobrevivió a esta terrible caída, cayendo al mar siendo recogido y cuidado por las diosas Tetis y Eurinome. Agradecido, el muchacho construyó su primera fragua bajo el mar y empezó a fabricar joyas y herramientas para las amables diosas marinas. Hefesto, pasó a la historia por haber forjado para Aquiles la armadura y las armas con las que acabó con Héctor. Más tarde, bajo el nombre de Vulcano, en época romana, el herrero de los dioses vistió a Eneas para el combate. Es así, como llegó a ser pese su cojera, el forjador de armaduras para los dioses. Está claro, pues, que la discapacidad es un tema tan antiguo como la presencia del hombre en el mundo y cada civilización y cada cultura han encarado el tema con diferente perspectiva. Ni siquiera los dioses del Olimpo fueron ajenos. Por eso, Hefesto o Vulcano es considerado como el Dios de la discapacidad.
Pongo en la palestra un asunto que, sin duda, no deja de ser peliagudo pero que merece el foco de atención. El tema de la discapacidad es una cuestión que casi nunca nos planteamos pero que, para un porcentaje elevado de la población, es un tema vital de supervivencia y dignidad individual. Sin embargo, de forma cruel, la discapacidad, en su parcela de exclusión, ha sido considerada, en determinados círculos sociales, como una tara insalvable, como un error de la naturaleza. Al igual que los homosexuales, a los que se llegó a señalar de tarados, subnormales, anormales o lisiados, los discapacitados han sido perseguidos o diezmados por los nazis, o incluso encerrados en manicomios, en centros psiquiátricos, o en hospitales.
Pero cuando además de tener una discapacidad, se añade el hecho de ser homosexual, las barreras se hacen mucho más insondables. No desde el punto de vista legal, sino más bien desde un punto de vista afectivo y social. No en vano, si hablamos de autoestima, ¿no es el sexo un bastión importante para reivindicarnos como individuos con capacidad de dar y recibir placer?
seguir leyendo... Al respecto, siempre recuerdo lo que me dice un amigo mío, cuya discapacidad no le ha borrado la sonrisa perenne de su cara. El sexo está en el cerebro no en los genitales. Aunque parezca demasiado ambiguo lo que dice, no le falta la razón. La última vez que nos vimos fue en una Semana Santa sevillana. No nos importaba el mundanal ruido cofrade. Sin ambos pensarlo, echamos a correr saboreando la vida por las calles de la memoria, por los recónditos callejones del barrio de Santa Cruz, sobreponiéndonos a los obstáculos, al paso del incienso, el olor a azahar y a ese folclore cotidiano que deambulaba por las calles de la capital hispalense en esa semana extraña para aquellos que vivimos los sentimientos de puertas para adentro. Al principio, las barreras te hunden me decía Toni, que así es su nombre. Luego, cada día es una aventura. Una extraña carrera de obstáculos para evitar que la silla de ruedas sea un búnker que evite que la discapacidad sea un componente más de la vida no un condicionante. Sin embargo, cuando Toni intenta vivir su sexualidad se encuentra con unas barreras insalvables, de difícil entendimiento.
Resulta curioso que un colectivo que sistemáticamente ha sido discriminado, a su vez discrimine. Me temo que el colectivo gay no está por la labor. Pero, por desgracia, eso es lo que ejercen, al igual que la diosa Hera, arrojarles al ostracismo por no cumplir los criterios del buen homosexual, los cánones establecidos según la santa Biblia rosa. Está claro, por desgracia en un colectivo demasiado apegado al músculo la silla asusta. Eso por no hablar del sempiterno mito de que son seres asexuales. Tiene razón, Toni, el sexo no está en los genitales sino en la cabeza. Por fortuna, la sexualidad humana se manifiesta en todo el cuerpo, y no sólo en el estímulo de los genitales. El problema es que algunos, mientras se machacan su cuerpo para no que no les excluyan de su paraíso gay, desconocen tener una discapacidad congénita no diagnosticada, la sillafobia, que la ciencia médica debería empezar a estudiar para incluirla semánticamente en el nutrido grupo de palabras que utilizamos para definir al que discrimina al diferente. Me avergüenzan, por tanto, las memeces que decía el activista gay Larry Kramer, argumentando que los gays éramos seres más inteligentes y con más talento. Vanitas vanitatum et omnia vanitas.
Sólo espero que dentro de poco empecemos a mirar primero a la persona y dejemos para más tarde la silla. Confieso que es fruto de mi optimismo por naturaleza. Porque como Hefesto merece la pena vivir aunque sea con las limitaciones que todos tenemos.
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Cuenta la historia que cuando la diosa Hera vio a su hijo recién nacido, Hefesto, le pareció tan enclenque que lo arrojó desde la cima del Olimpo. De hecho, no quería que nadie supiera que había dado a luz a un dios tan blandengue. Hefesto sobrevivió a esta terrible caída, cayendo al mar siendo recogido y cuidado por las diosas Tetis y Eurinome. Agradecido, el muchacho construyó su primera fragua bajo el mar y empezó a fabricar joyas y herramientas para las amables diosas marinas. Hefesto, pasó a la historia por haber forjado para Aquiles la armadura y las armas con las que acabó con Héctor. Más tarde, bajo el nombre de Vulcano, en época romana, el herrero de los dioses vistió a Eneas para el combate. Es así, como llegó a ser pese su cojera, el forjador de armaduras para los dioses. Está claro, pues, que la discapacidad es un tema tan antiguo como la presencia del hombre en el mundo y cada civilización y cada cultura han encarado el tema con diferente perspectiva. Ni siquiera los dioses del Olimpo fueron ajenos. Por eso, Hefesto o Vulcano es considerado como el Dios de la discapacidad.
Pongo en la palestra un asunto que, sin duda, no deja de ser peliagudo pero que merece el foco de atención. El tema de la discapacidad es una cuestión que casi nunca nos planteamos pero que, para un porcentaje elevado de la población, es un tema vital de supervivencia y dignidad individual. Sin embargo, de forma cruel, la discapacidad, en su parcela de exclusión, ha sido considerada, en determinados círculos sociales, como una tara insalvable, como un error de la naturaleza. Al igual que los homosexuales, a los que se llegó a señalar de tarados, subnormales, anormales o lisiados, los discapacitados han sido perseguidos o diezmados por los nazis, o incluso encerrados en manicomios, en centros psiquiátricos, o en hospitales.
Pero cuando además de tener una discapacidad, se añade el hecho de ser homosexual, las barreras se hacen mucho más insondables. No desde el punto de vista legal, sino más bien desde un punto de vista afectivo y social. No en vano, si hablamos de autoestima, ¿no es el sexo un bastión importante para reivindicarnos como individuos con capacidad de dar y recibir placer?
seguir leyendo... Al respecto, siempre recuerdo lo que me dice un amigo mío, cuya discapacidad no le ha borrado la sonrisa perenne de su cara. El sexo está en el cerebro no en los genitales. Aunque parezca demasiado ambiguo lo que dice, no le falta la razón. La última vez que nos vimos fue en una Semana Santa sevillana. No nos importaba el mundanal ruido cofrade. Sin ambos pensarlo, echamos a correr saboreando la vida por las calles de la memoria, por los recónditos callejones del barrio de Santa Cruz, sobreponiéndonos a los obstáculos, al paso del incienso, el olor a azahar y a ese folclore cotidiano que deambulaba por las calles de la capital hispalense en esa semana extraña para aquellos que vivimos los sentimientos de puertas para adentro. Al principio, las barreras te hunden me decía Toni, que así es su nombre. Luego, cada día es una aventura. Una extraña carrera de obstáculos para evitar que la silla de ruedas sea un búnker que evite que la discapacidad sea un componente más de la vida no un condicionante. Sin embargo, cuando Toni intenta vivir su sexualidad se encuentra con unas barreras insalvables, de difícil entendimiento.
Resulta curioso que un colectivo que sistemáticamente ha sido discriminado, a su vez discrimine. Me temo que el colectivo gay no está por la labor. Pero, por desgracia, eso es lo que ejercen, al igual que la diosa Hera, arrojarles al ostracismo por no cumplir los criterios del buen homosexual, los cánones establecidos según la santa Biblia rosa. Está claro, por desgracia en un colectivo demasiado apegado al músculo la silla asusta. Eso por no hablar del sempiterno mito de que son seres asexuales. Tiene razón, Toni, el sexo no está en los genitales sino en la cabeza. Por fortuna, la sexualidad humana se manifiesta en todo el cuerpo, y no sólo en el estímulo de los genitales. El problema es que algunos, mientras se machacan su cuerpo para no que no les excluyan de su paraíso gay, desconocen tener una discapacidad congénita no diagnosticada, la sillafobia, que la ciencia médica debería empezar a estudiar para incluirla semánticamente en el nutrido grupo de palabras que utilizamos para definir al que discrimina al diferente. Me avergüenzan, por tanto, las memeces que decía el activista gay Larry Kramer, argumentando que los gays éramos seres más inteligentes y con más talento. Vanitas vanitatum et omnia vanitas.
Sólo espero que dentro de poco empecemos a mirar primero a la persona y dejemos para más tarde la silla. Confieso que es fruto de mi optimismo por naturaleza. Porque como Hefesto merece la pena vivir aunque sea con las limitaciones que todos tenemos.
1 comentarios:
Muy bueno, aunque es la primera vez que siento hablar de este dios.
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