Jesús González Amago / Madrid- 10/06/2010
Fuente: solidaridaddigital.discapnet.es
Hace 4 años, me sumergí en el interés por analizar, por estudiar, por sacar del armario la relación de la discapacidad y la sexualidad, concretamente en el de la doble discriminación de las personas gais o lesbianas con discapacidad. El resultado de esa especialización generó dos trabajos: producir el documental “El Sexo de los Ángeles”, que dirigió Frank Toro, y escribir un ensayo titulado “Re Inventarse, la doble exclusión”.
Desde entonces, cada vez que me invitan a hablar de homosexualidad y discapacidad, acudo para intentar abrir las mentes a tantas personas que, inmersos en su lucha y en sus quehaceres, también se olvidan de que es imposible relegar la cuestión afectivo-sexual a la hora de integrar, de incluir plenamente a las personas con discapacidad en nuestra sociedad. Y, como consecuencia de esas apariciones públicas, lo que más me halaga es sentir que muchos chicos y chicas gais o lesbianas que tienen una discapacidad y que, por la idiosincrasia de la misma, están sometidos a una dictadura (la del cuerpo, la de la familia, la de la sociedad, la de la discriminación…), comprobar cómo se liberan de esas cadenas y reconocer (en público o en privado a la salida de la charla), que ya era hora de que se abordara sin tapujos, sin miedo, con libertad y sinceridad ese tabú que es hablar de sexo entre iguales desde otro aspecto desconocido para la gran mayoría de la población como es la discapacidad.
Esta doble y triple exclusión (la que padecen las mujeres, lesbianas y discapacitadas) no sólo afecta a las relaciones sociales/sexuales sino que también infiere en el desarrollo profesional y laboral de tantas chicas y chicos que se enfrentan a las barreras de los que aún discriminan por vivir una sexualidad diferente de la heterosexual.
seguir leyendo... Numerosos ejemplos se citan en el ensayo, en los que la dificultad que diversos agentes empleadores plantean a la discapacidad se agravaba al despuntar maneras o marcados estereotipos identificativos con la homosexualidad de los jóvenes que se acercan a enfrentarse a una entrevista de trabajo. O lo que es más agravante, la posible persecución, acoso y derribo (el denominado bullying) a jóvenes que, pasado el filtro de la mirada homófoba, se sinceran con los compañeros o mandos superiores, y comienzan a emerger de su silencio para reconocer su homosexualidad, lo que implica una pérdida de confianza entre sus jefes, entre sus compañeros, entre iguales. No sin comenzar una persecución, una caza que pondera la sexualidad frente a la capacidad y la valía como trabajadores.
La dictadura heterocéntrica también se concentra en el mundo laboral y, en la mayoría de los casos conocidos o soslayados bajo el miedo a la verdad, sigue siendo un rasero discriminatorio para tanto jóvenes homosexuales y discapacitados que tan solo quieren realizarse en todos los ámbitos de su vida: el social, el laboral, el afectivo y el familiar.
Otra dictadura con la que se somete a lo diferente, y con marcada acentuación entre los chicos gais, es la esclavitud de lucir bien. En numerosas ocasiones, los gais “nos mostramos como queremos que nos vean”: divinos, jóvenes e inalcanzables. Y la verdad es que la imagen que estos chicos y estas chicas con discapacidad tienen del resto de la sociedad LGTB es que “nunca seremos como queremos que nos vean” y, por tanto, nunca nos aceptarán. Y así es pero… ¿deberá seguir siendo así? Tajantemente, no.
Si no queremos que nos excluyan, no debemos ser excluyentes. Si queremos que se acepten a las personas con sexualidad diferente de la norma heterosexual, tenemos que aceptar a las personas con discapacidad homosexuales; si exigimos igualdad de trato, pedimos igualdad de formas; si solicitamos que la diferencia crea una sociedad más plural, tenemos que asumir que la variedad es parte de esa diversidad que enriquece el momento que nos ha tocado vivir.
Una silla de ruedas, una ceguera, una persona sorda o una persona con esquizofrenia, por ejemplo, plantean miedos y barreras. Las mismas que han levantado la homofobia en el resto de la sociedad “normalizada”, por ejemplo, y que con trabajo, esfuerzo, lucha y hasta muertes, se están derribando a pasos agigantados. Pero si los miedos del colectivo LGTB erigen esas barreras entre los afines, tenemos que derribarlas a brazo armado, si es necesario, para quitar de nuestro colectivo tanta petulancia, superficialidad y falsas fachadas.
Llevamos varios años en los que el propio colectivo militante LGTB está luchando por derribar esos estereotipos, por intentar hacer luz de una realidad normalizadora que afronta retos nuevos al tener que demostrar a esta sociedad cristianizada, heterocentrista y homófoba, que podemos, que hemos deseado
–y ahora por fin nos han dejado- ser esposos/esposas, padres/madres, ser trabajadores con plenos derechos y oportunidades que el resto de la sociedad… ser, por fin, ciudadanos de primer orden. Mala cuestión es ahora que seamos nosotros mismos, los gais, los que discriminemos a los que sienten, aman y padecen como nosotros por el mismo hecho de ser diferentes, de tener una discapacidad.
Y es una revolución desde dentro, desde las personas gais, lesbianas, bisexuales y transexuales. La sociedad hetero, a pesar de los avances alcanzados, sigue demostrando –a veces- que no está preparada para asumir el signo de los tiempos y que está mediatizada por el yugo de una cultura represora y opresora con la mujer, con la comunidad LGTB, con la discapacidad… Si en lugar de sumar fuerzas, de afrontar ese lema de ‘UNO MÁS UNO IGUAL A UNO MÁS’, seguimos restando, continuamos erigiendo barreras, estaremos menguando esfuerzos y sinergias para conseguir una sociedad realmente justa y equiparable, al igual que accesible, para todos.
Si ser gai implica ser “divino”, no me interesa esa divinidad, prefiero conocer, vivir, relacionarme con estos chicos y chicas que, como ellos dicen, se mueven en el sexo de los ángeles sin necesidad de batir las plumas de sus alas.
28 de junio, Día Internacional a favor de los Derechos de las Persona Gais, Lesbianas, Bisexuales y Transexuales.
Fuente: solidaridaddigital.discapnet.es
Hace 4 años, me sumergí en el interés por analizar, por estudiar, por sacar del armario la relación de la discapacidad y la sexualidad, concretamente en el de la doble discriminación de las personas gais o lesbianas con discapacidad. El resultado de esa especialización generó dos trabajos: producir el documental “El Sexo de los Ángeles”, que dirigió Frank Toro, y escribir un ensayo titulado “Re Inventarse, la doble exclusión”.
Desde entonces, cada vez que me invitan a hablar de homosexualidad y discapacidad, acudo para intentar abrir las mentes a tantas personas que, inmersos en su lucha y en sus quehaceres, también se olvidan de que es imposible relegar la cuestión afectivo-sexual a la hora de integrar, de incluir plenamente a las personas con discapacidad en nuestra sociedad. Y, como consecuencia de esas apariciones públicas, lo que más me halaga es sentir que muchos chicos y chicas gais o lesbianas que tienen una discapacidad y que, por la idiosincrasia de la misma, están sometidos a una dictadura (la del cuerpo, la de la familia, la de la sociedad, la de la discriminación…), comprobar cómo se liberan de esas cadenas y reconocer (en público o en privado a la salida de la charla), que ya era hora de que se abordara sin tapujos, sin miedo, con libertad y sinceridad ese tabú que es hablar de sexo entre iguales desde otro aspecto desconocido para la gran mayoría de la población como es la discapacidad.
Esta doble y triple exclusión (la que padecen las mujeres, lesbianas y discapacitadas) no sólo afecta a las relaciones sociales/sexuales sino que también infiere en el desarrollo profesional y laboral de tantas chicas y chicos que se enfrentan a las barreras de los que aún discriminan por vivir una sexualidad diferente de la heterosexual.
seguir leyendo... Numerosos ejemplos se citan en el ensayo, en los que la dificultad que diversos agentes empleadores plantean a la discapacidad se agravaba al despuntar maneras o marcados estereotipos identificativos con la homosexualidad de los jóvenes que se acercan a enfrentarse a una entrevista de trabajo. O lo que es más agravante, la posible persecución, acoso y derribo (el denominado bullying) a jóvenes que, pasado el filtro de la mirada homófoba, se sinceran con los compañeros o mandos superiores, y comienzan a emerger de su silencio para reconocer su homosexualidad, lo que implica una pérdida de confianza entre sus jefes, entre sus compañeros, entre iguales. No sin comenzar una persecución, una caza que pondera la sexualidad frente a la capacidad y la valía como trabajadores.
La dictadura heterocéntrica también se concentra en el mundo laboral y, en la mayoría de los casos conocidos o soslayados bajo el miedo a la verdad, sigue siendo un rasero discriminatorio para tanto jóvenes homosexuales y discapacitados que tan solo quieren realizarse en todos los ámbitos de su vida: el social, el laboral, el afectivo y el familiar.
Otra dictadura con la que se somete a lo diferente, y con marcada acentuación entre los chicos gais, es la esclavitud de lucir bien. En numerosas ocasiones, los gais “nos mostramos como queremos que nos vean”: divinos, jóvenes e inalcanzables. Y la verdad es que la imagen que estos chicos y estas chicas con discapacidad tienen del resto de la sociedad LGTB es que “nunca seremos como queremos que nos vean” y, por tanto, nunca nos aceptarán. Y así es pero… ¿deberá seguir siendo así? Tajantemente, no.
Si no queremos que nos excluyan, no debemos ser excluyentes. Si queremos que se acepten a las personas con sexualidad diferente de la norma heterosexual, tenemos que aceptar a las personas con discapacidad homosexuales; si exigimos igualdad de trato, pedimos igualdad de formas; si solicitamos que la diferencia crea una sociedad más plural, tenemos que asumir que la variedad es parte de esa diversidad que enriquece el momento que nos ha tocado vivir.
Una silla de ruedas, una ceguera, una persona sorda o una persona con esquizofrenia, por ejemplo, plantean miedos y barreras. Las mismas que han levantado la homofobia en el resto de la sociedad “normalizada”, por ejemplo, y que con trabajo, esfuerzo, lucha y hasta muertes, se están derribando a pasos agigantados. Pero si los miedos del colectivo LGTB erigen esas barreras entre los afines, tenemos que derribarlas a brazo armado, si es necesario, para quitar de nuestro colectivo tanta petulancia, superficialidad y falsas fachadas.
Llevamos varios años en los que el propio colectivo militante LGTB está luchando por derribar esos estereotipos, por intentar hacer luz de una realidad normalizadora que afronta retos nuevos al tener que demostrar a esta sociedad cristianizada, heterocentrista y homófoba, que podemos, que hemos deseado
–y ahora por fin nos han dejado- ser esposos/esposas, padres/madres, ser trabajadores con plenos derechos y oportunidades que el resto de la sociedad… ser, por fin, ciudadanos de primer orden. Mala cuestión es ahora que seamos nosotros mismos, los gais, los que discriminemos a los que sienten, aman y padecen como nosotros por el mismo hecho de ser diferentes, de tener una discapacidad.
Y es una revolución desde dentro, desde las personas gais, lesbianas, bisexuales y transexuales. La sociedad hetero, a pesar de los avances alcanzados, sigue demostrando –a veces- que no está preparada para asumir el signo de los tiempos y que está mediatizada por el yugo de una cultura represora y opresora con la mujer, con la comunidad LGTB, con la discapacidad… Si en lugar de sumar fuerzas, de afrontar ese lema de ‘UNO MÁS UNO IGUAL A UNO MÁS’, seguimos restando, continuamos erigiendo barreras, estaremos menguando esfuerzos y sinergias para conseguir una sociedad realmente justa y equiparable, al igual que accesible, para todos.
Si ser gai implica ser “divino”, no me interesa esa divinidad, prefiero conocer, vivir, relacionarme con estos chicos y chicas que, como ellos dicen, se mueven en el sexo de los ángeles sin necesidad de batir las plumas de sus alas.
28 de junio, Día Internacional a favor de los Derechos de las Persona Gais, Lesbianas, Bisexuales y Transexuales.
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